La Libertad




La Libertad
Todos los hombres nacen libres. Es un principio innegable ante los nuevos tiempos que transcurren. La libertad es y será, siempre una de las características que nos definen, que nos hacen ser humanos, que nos convierten en personas, junto a la dignidad de que sean respectadas nuestras decisiones y aceptemos las consecuencias de las mismas.
Desde nuestros primeros pasos, empezamos siendo conscientes de lo que tenemos en nosotros: el deber de ser y aceptar. Por un lado, continuamos desarrollando nuestras capacidades a lo largo de toda nuestra infancia. Cometiendo las trastadas típicas de niños, los errores típicos de adolescentes y pagando algunas veces lo que no queremos.
Somos libres de desear lo que queramos, somos libres de escoger lo que ansiamos, somos libres de soñar y luchar por lo que creamos justo y somos ante todo libres, de ser.
Nos debemos obediencia al precepto de aceptar, porque van juntos. La libertad conlleva responsabilidad y aceptar que lo que hagamos con ella debe estar regido bajo las normas de un código propio, que nos ayude a escoger lo correcto y llegar a la virtud de actuar bien y usar bien la libertad.
Todos los hombres nacemos libres, todas las personas somos libres, toda la sociedad debe aceptar la libertad. Solo así viviremos en paz.

R. C.

Canto a la Soledad


Canto a la Soledad

¡Oh soledad! ¡Bendita soledad!
Ante tus pies, postrado vuelvo.
Ante tu mirada, inclino el semblante.
Ante tus reprimendas y críticas,
Asiento con honesta verdad.
Tenías razón.
De vuelta a la oscuridad,
Con solo una vela acompañado.
Que guíe mi andar, que guíe mi soñar.
Que me lleve a la senda de la gran verdad.
Vuelvo contigo, gran amiga.
Gran compañera, de vuelta a la oscuridad.
Sentado en tu frío regazo,
Contemplando tu invisible imagen.
Acariciando tus ásperas  manos,
Mirando tus ojos inexistentes.
Alejado del peor de los tormentos,
Alejado de las penurias,
Alejado de las pasiones.
De vuelta a tu luz,
De vuelta a la cuna de todo artista.
De vuelta a la cuna de la virtud.
¡Oh Soledad, bendita amiga!
¡Eterna compañera!
Sin lágrimas de adiós,
Con alegría de volver.
Aquí estoy, recíbeme.
Ardiente torbellino de gélidas
Tempestades sobre el mar.
En el confín del mundo,
En el final del viento;
En el final de los mares.
Aquí estoy…

R. C.