Nocturno

Hoy, después de este tiempo de reflexión, un nuevo pensamiento que condujo a esta idea. "El porqué de la poesía, es alegrar el corazón del ser humano."

























Nocturno

Un profundo desasosiego recorre mi alma,
Enfrenta mi ser. Arraiga mi vida.
La frustración y el entendimiento,
La ira y la rabia juntas,
Consiguen una fórmula de cólera.
Cada palabra, cada letra y sonido
Hiere el corazón, víctima
Del sufrimiento impío que
Atormenta el pilar del día.
Con la ilusión perdida,
Sensación en el pecho, de la más
Absoluta pasión reprimida.
Quiere salir, y no la dejan.
Quiere vivir, y no puede.
¿Ha de morir?
¡Crueldad! ¡Crueldad sin nombre!
¡Crueldad de mi pasión!
Que provoca el más grande de los torbellinos,
Y fomenta el más terrible de los huracanes.
Elimina las brisas, caricia noble de las flores.
Bruma que no se despeja, asoladora
Cual desierto inhóspito en medio del cielo.
Soledad de los astros, lluvia de lágrimas.
Arrastre de la azúcar, llegada de la noche.
La luna imprevista ilumina la noche,
Llena el amanecer, oculta al sol
Vuelve a las siniestras tinieblas
De las vidas, vidas de vida.
Muerte, muertes, con muerte.
Recuerdo la mañana, recuerdo el sol.
Del cielo desaparecen, nubes negras
De tormenta negra y soledad eterna.
El reflejo en mis ojos, el recuerdo de la semilla.
¡Marchad, oh vientos!
Fantasmas de la noche,
Terrores del día, victimas del pasado,
Centro del eje de la vida.
Muestra de sentimiento,
Espanto en mis ojos,
Vida mía, muerte suya,
Destino para todos.
Y el ardiente destello de una estrella,
El cálido ánimo de volver,
El reconfortante cariño
Y el sosiego desaparecerá…
¡Dejadme libre!
Con mi inocencia.
Las lágrimas no caerán,
El amor embrujo, corriente de la noche,
Seduzco las nubes, sentencia de astucia.
Recuerdo,  que mis lágrimas no en opinión,
Síntoma de lágrimas y desolación.
Viento late en mi corazón,
¿Volverá?
O se irá…
Sentido y una sensibilidad,
Verdad y mentira,
Virtud y paz.
Por siempre, ahora, antes y mañana;
Dejan orgullosos esta felicidad.
 R. C.

Por último, el Nocturno que inspiró estos versos.




Noches de Frío

Hoy, un nuevo relato, agradezco a aquellos que me inspiraron con él. Espero les guste.
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Noches de Frío
"Los teléfonos, como todo aparato electrónico de la era tecnológica del mundo, han tenido un principio, de ser un objeto de unos pocos privilegiados, se ha convertido en uno de uso personal de cada uno de nosotros. Hasta el punto en el que cada día se producen nuevas innovaciones y son trascendentales para el avance de la ciencia y la humanidad en el Siglo XXI.
La historia que a continuación procederé a contar, está relacionada con eso, precisamente porque, como todos sabemos; lo nuevo siempre tiene algún misterio oculto esperando ser resuelto."

Se encontraban en un baile. Lord y lady Wildmord, eran dos de los más importantes hacendados de la ciudad, por pequeña que esta fuera, tenía su élite y no se escatimaba en gastos si de impresionar a los demás se trataba. Bailaban en medio del salón, el Danubio Azul, un vals majestuoso para una fiesta donde la alcurnia de las personas se respiraba en aquel denso aire de salón de palacio. Tocaban las últimas notas y de súbito Lady Wildmord cayó en medio del salón desmayada, su marido intentó vanamente sin éxito socorrerla, pero no hubo victoria sobre aquello.
Un escándalo, así se resumió este hecho por toda la ciudad. La esposa de un noble muere de un infarto en medio de un suntuoso baile y su marido no pudo evitarlo. Todos en el pueblo sabían que este sería un duro golpe para Lord Wildmord, intentaron ayudarle y él lo rechazó.
A simple vista, meses después, el viudo mantenía su agenda normal. A pesar de que ya se le notaba un poco la edad, siempre había sido vital y con una salud imponente sobre la enfermedad. Es por ello, que él precisamente logró recuperarse de aquella pérdida. Lo era todo y se fue, pero la amó y él la ama aún, ese fue su consuelo. Esta en un mejor lugar.
El gran filántropo que todos conocían volvía a ser el mismo de siempre, todo volvía a la normalidad.  Las labores de Lord Wildmord en la ciudad, su casa y demás posesiones, que no eran pocas, le mantenían ocupado el resto del día.
Tras un largo viaje a la capital del país y ver con sus propios ojos los avances tecnológicos de su época, decidió llevarse uno a casa; era la hora de cambiar muchas cosas.
Tras la instalación en toda la casa, de un lujoso invento por aquellos años, se decidió a probarlo. Cogió el teléfono firmemente, y marcó a la casa de su familia, al menos la única que le quedaba. Tras probar que todo fuera bien, lo colgó nuevamente, a expensas de las intenciones de la gente de preocuparse por ver como estaba en aquel día lluvioso de invierno. 
Aunque era menos frío que otros años, se notaba sobre todo en el salón, con adornos de piedra y recubierto de material de parecida composición.
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La casa era grande, como un palacio, donde los loores han vivido durante muchas generaciones y ahora habitaban una pareja, que por azar del destino nunca tuvieron descendencia y por ello, algún día ese patrimonio sería del sobrino del matrimonio. Lo querían como a un hijo y él como a sus padres. Richard, mejor dicho, Lord Richard era su mejor compañía, y si alguien tenía que mantener aquel patrimonio de siglos y generaciones de trabajo, estaban seguros que él, sería el encargado de custodiar aquella encomienda.
Todas aquellas paredes dejaron de contemplar los felices años que sobre ese lugar presenciaron y ahora solitario, lúgubre por las noches y fría, esperando la llegada del olvido. De no ser por los sirvientes que también vivían en la casa y hacían compañía al señor, aquello sería un confín inundado de la más ensordecedora soledad.
Paredes imponentes, grandes cuadros y techos inalcanzables era la estructura de la casa. Muros que vieron como los antepasados del señor enloquecieron y murieron en la intimidad de su casa. Testigos de la historia familiar de toda una saga, que con Lord Wildmord dejaba su herencia directa.
Tras mirar una vez más todos los cuadros de los anteriores a él, el señor se dirigió con el semblante triste sin dejar traslucir la preocupación que incomodaba su mente, la intranquilidad y los nervios, lo tenían así desde la mañana. En un intento fallido de acabar con esa ansiedad, en la biblioteca cogió uno de los libros que había en las librerías, lo ojeó un segundo y se lo llevó al asiento preferido en el que se encontraba a gusto y caliente en medio de aquel diluvio que estaba cayendo.
Se quedó dormido sobre el respaldo y suavemente colocó el libro en la mesita que había justo al lado. Eran ya las ocho, la hora de la cena y así se lo comunicaron los sirvientes tras haberse despertado.
En el comedor todo estuvo tranquilo y así se mantuvo hasta el final de la cena.
Después de esto, como era habitual, el señor volvía a recluirse en su despacho a puerta cerrada, donde luego con paso ligero en medio de la oscuridad de la casa volvía a su habitación a descansar.
Mientras estaba allí, un ruido se escuchó, una, dos y tres veces. Sin tomar importancia de este hecho, Lord Wildmord continuó con su habitual inventario de bienes, trabajo, agenda del día, etc.
En la habitación no había más luz que la de la chimenea, a los lados, estanterías llenas de conocimiento enfrascado y presidiendo la sala, el gran escritorio y muebles del señor, frente a los cuales, sobre la chimenea, se hallaba imponente un cuadro de una dama, a quien horas se quedaba mirando el señor, inmóvil, recordando lo que fue todo aquello en otro tiempo. La extrañaba y era obvio.
Se estaba quedando medio dormido en medio de todo aquel alboroto, y se levantó para dirigirse a la cama. Cuando salió e iba cerrar las puertas, se encontró con la sorpresa de que sonó el teléfono. A tardías horas de la noche, quien podría ser, desde luego algo importante, ya que pocos poseían ese aparato a pesar de su extensión entre los consumidores.
Cogió el auricular con fuerza y lo colocó en su oído, en el que no escuchó  nada. Tras analizar la situación y deducir una broma de alguno de sus amigos, lo volvió a colgar y continuó con su  marcha.
Pero una vez más volvió a sonar cuando estaba a punto de cerrar la puerta, se acercó nuevamente al teléfono y lo cogió con la mano; tras pronunciar un saludo corto, no hubo respuesta.
Enfadado por aquello, salió inmediatamente y en medio de la oscuridad, un potente rayo se ciñó sobre alguna llanura cercana a la casa. Provocando una gran luz impactante con la oscuridad de la habitación, en la que el retrato de la mujer, se vio cobijado con la luz y un estruendo levantó los nervios del señor de aquella maravillosa casa.
Ya no lo soportaba más, por lo que abandonó inmediatamente aquel lugar y se encontró nuevamente en los pasillos oscuros de la casa, con un montón de retratos que lo miraban fijamente, estatuas y bustos en mesas.
Al atravesar uno de ellos, escuchó un ruido a sus espaldas y se dio la vuelta para ver que sucedía, en esto, un susto pequeño le abatió cuando se miró a sí mismo en el espejo ya que había olvidado su ubicación.
Recuperó el control y siguió con su marcha por la casa. Cuando hubo llegado a su habitación, el teléfono volvió a sonar. Esta vez, espero algo para contestar y tras oírlo tres veces lo cogió de su lugar.
Silencio, silencio nada más. No se explicaba quien puede hacer algo así a esas horas. Decidió acostarse a dormir ignorando todo aquello. Finalmente, así lo hizo.
Pasaron dos horas tranquilas. Sin embargo, el aparato volvió a emitir su sonido. Enfadado, Lord Wildmord, desconectó el aparato. Y volvió a la cama. Y antes de que este pudiera ponerse cómodo, éste volvió a sonar.
Perplejo y en parte asustado, dio un salto en la cama, no daba crédito. Lo había desconectado y continuaba sonando. Pero buscando una respuesta lógica, llegó a alguna que seguramente lo convenció de ello, puesto que volvió tranquilo a dormir.
El sobresalto brusco, volvió a la mente y al cuerpo de un Lord, el cual ante los sonidos que nuevamente producía el aparato, se levantó de súbito de aquel lecho y enfadado cogió el teléfono y lo tiró al suelo.
Seguidamente, pensó cual era la posibilidad de que habiendo varios teléfonos en casa, con la misma línea, los demás no lo hayan contestado y solo él lo escuchara.
Todo aquello turbó su mente, lo dejó intranquilo, tanto que de repente decidió bajar a la cocina por un poco de agua y una pastilla potente para poder dormir.
Tras ir al mencionado sitio y entrar nuevamente en su despacho, cerró la puerta. Una vez ahí, tomó un sorbo de agua y dejó caer el vaso ante la interrupción de aquel silencio, una vez más por aquel timbre que le corrompía los oídos.
Ring ring, ring ring, sonaba en el silencio ante la impotente mirada de Lord Wildmord. Quien una vez más, con miedo, se atrevió a contestar. Esta vez, se oía un leve respiro en la otra parte. Y esto le causó alivio ante la posibilidad de la broma. Intención de explicación desvanecida ante la pronunciación de la primera palabra por parte del receptor.
Tras escuchar todo lo que él dijo, comprendió. Solo había alguien que podía llamar de esa manera. Solo uno.
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De todas las llamadas posibles, solo aquella era la más turbadora que alguien puede recibir. Un fantasma del pasado, del presente y del futuro se hace presente en el ambiente en el que efectuará su triunfal salida como ha sido, es, y será.
Un espectro, un recuerdo, una vida, todo aquel tormento, con la llamada, terminaría pronto. O eso se esperaba.
La tormenta continuaba fuera de la casa. A cada momento nuevos relámpagos castigaban de luz, que no soportaba ver, el retrato de la gran señora que en otro tiempo vivió y partió hasta la barca de Caronte. Donde como Orfeo, en un vano intento de salvarla, no lo consiguió.
Aquel destino cruel, aquel destino no buscado y sin embargo encontrado. Todos los temores, todo el horror, las miradas y aquel sentimiento de mirada triste y perdida. Fantasma eterno de la soldad, presente en aquel lugar, que acabará con todo a su paso. Que ya lo ha hecho. que ha de hacerlo.
El olvido, el recuerdo y la más profunda emoción de cada ser viviente en aquel lugar estaba condenado a tenerlo todo y vivir bajo el encierro de la melancolía, tristeza y la lástima de aquellas paredes que lo han visto, oído y contemplad cada uno de los hecho que ahí transcurrieron.
El final está cerca y el comiendo también. El claudicar y partir, pero sin fenecer era lo que necesitaba. Pero imposible del ser humano cuando es humano, e imposibilidad del espíritu de no poder librarse de aquel tormento.
Corrió y recorrió cada uno de los pasillos de la casa, buscando ayuda, y no la encontró. No la hallaba por ningún lugar. Sus antepasados presidiendo los mejores lugares, cual palco de honor de la desgracia de un hombre, contemplaban el paso de la verdad a la mentira de la vida, la locura.
Cada estatua, cada cuadro, cada objeto lo observaba y lo miraba. Impresionado, atónito y sin casi respiración, corrió por toda la cada. Los rayos caían uno tras otro, tomando el dominio de la tierra. Demostrando que la naturaleza, única portadora del verdadero conocimiento de la extraña vida y advenimiento de la muerte.
Una llamada, una y otra vez, todos los teléfonos de la casa sonaban. Nadie, excepto él los escuchaba. Cada sonido, cada timbre, cada uno de los ring-rings que inundaban la casa se desvanecía en el aire, para volver a efectuar su aparición en el ámbito de la noche.
Cada centímetro se veía reflejado por los rayos de la tormenta. De la venida, de la ida, el comienzo.
Aquellas luces cegadoras, ceguera de la vida, ceguera de la verdad. ¿Qué oscuro destino le corresponde?
Corrió y corrió, primero por el primer pasillo, el segundo, tercero y cuarto. La primera planta completa, la segunda y así sucesivamente…
Nadie escuchaba aquel hombre atormentado, rencoroso con el castigo de la muerte, rencoroso con la vida, por haberle quitado lo que más ama y amó.
Huye, intenta huir de aquello de lo que es imposible escapar.
Camina, corre, coge aire y respira. No consigue, sabe el que espectro está detrás de él. Lo persigue. Corre y corre, una y otra vez.
Detrás de mí, gritaba. Detrás…
Continuaba y así lo hizo, tras contemplar con sus ojos el tormento, el horror, la vida entera pasada ante sus ojos. La tortura de vivir sin su amada era insoportable. Insostenible.
Entró en su despacho y tras llegar al escritorio y rebuscar en su escritorio, la encontró. Una pistola.
Tras reflexionar y oír un toque en la puerta, se la colocó en la sien y apretó el gatillo.
Nada, no tenía balas. El azar de la vida o el destino frustrante quiso que ese sustento que deseaba no fuera capaz de encontrarlo.
La paz que necesitaba no era cualquiera, y el Gran Lord Wildmord lo sabía.
Corrió hacia la puerta, abrió la puerta  ahí estaba el ama de llaves alborotada ante todo aquel ruido.
No le dio tiempo a preguntar nada, ya que el señor salió despavorido hasta el hall de la casa, donde empezó a subir presuroso cada uno de los peldaños de la casa y llegó a la última habitación, la cual daba salida a la terraza más alta de la casa.
Cuando llegó ahí, sabía que no había marcha atrás, en aquella habitación, había un teléfono, el cual sonó, y retumbó en los oídos de aquel hombre atormentado, una y otra vez. Recordando lo más bello, recordando lo más ansiado y aquel tormento, y en medio de la gran tormenta, cual gesto impotente, mirando al vacío, se tiró.
Todos escucharon los teléfonos sonar, todos en la casa los contestaron, y no decían nada. En el momento de la hora de aquel suceso del señor, todos dejaron de sonar, todos. La locura llegó, estuvo y se fue.
La respuesta de la vida y el ciclo vital apareció ante sus ojos mientras caía al abismo.
Y desde ahí contempla, la lluvia, las gotas de agua, la vida, el ancho, y el profundo, profundo abismo.

Fin.
Este relato se lo dedico a R.  Gracias por la idea del final.

R. C.
He aquí la música que me inspiró durante el relato. El Concierto para Piano N. 2 de P. I. Tchaikosky.



Viento de Primavera

Hoy, mi primer relato terminado de este año, espero que os guste. Una historia para centrarse en lo importante y la vida. 

Viento de primavera

"Hasta la calle es un lugar inseguro, tal y como pienso relatar en estas líneas. Muchas cosas son y otras no; siempre tendremos la duda de porque, hasta nuestro ojos mienten…"

Caminaba tranquilo por la calle, como cualquier otro día, a pesar de que era la última hora de la tarde. Todo estaba tranquilo, sin gente por las aceras, sin los niños que suelen estar jugando en el parque, nada; el silencio recorría el horizonte y hacía su presencia en cuanto no se escuchaba coche alguno transitando por la autovía.
Deseaba llegar a la parada del autobús, lugar donde lo tomaría para acudir a una cita al otro lado de la ciudad. Sin embargo, dudé si habría alguno, ver aquella tranquilidad en un lugar, donde siempre suele estar lleno de transeúntes era extraño. Por no decir inquietante.
Tras un largo paseo, llegué por fin a mi destino, aquella especie de caseta con una banca donde sentarse después de aquel paseo para descansar y esperar al mismo tiempo.
En aquel lugar, sentado con un libro entre las piernas, se encontraba una persona. Un hombre de aproximadamente unos 45 años, mediana estatura, e interesado en leer un libro del cual no tenía referencia alguna, ya que la cubierta no tenía nada que indicase el contenido o cualquier otro distintivo. Soy curioso, por lo tanto, de reojo miré cada página para contemplar el tema tratado, sin embargo, estaba escrito en un idioma desconocido por mí. No lo entendía. Por eso, decidí abandonar el vano intento de la curiosidad.
Frustrado aquel intento, miré el reloj, a medida que pasaba el tiempo el autobús no hacía su entrada y ya era algo tarde. El sol ocultaba cada uno de sus rayos al horizonte, los lúgubres rayos de la noche empezaban a hacer presencia en aquel ambiente.
El hombre se puso en pie, seguramente cansado de esperar, decidió abandonar el lugar y volver a sus actividades, desistiendo de sus planes. Tan pronto como se levantó del asiento, cerró el libro y sacó de su bolsillo una nota doblada. Yo me encontraba a su lado contemplándolo y mi mente inquisitiva se puso en marcha. De todo imaginé, menos que me la entregaría en las manos, con una sonrisa y sin decir palabra, se marchó.
No salía de mi asombro, porque me la había dado a mí. Esa y otras preguntas recorrieron cada pensamiento que atravesaba por mi mente intentando buscar una respuesta loable.
Tras recobrar la calma y mirar hacía los dos lados buscando al hombre que me la había dado, no lo encontré. Desapareció. Contemplé la nota una vez más y decidí abrirla. Misterio que deseaba resolver ante tantas cosas extrañas que ocurrían aquella tarde de primavera, en la que por capricho del destino, sucesos desconocidos acontecían ante mí.
“Al albor de los tiempos, en el que la vida es fugaz, no todo lo que parece puede ser.”
Completamente desconcertado, esa era la única expresión que mostraba mi rostro en aquel momento.
Finalmente, tras examinar el papel de nuevo, observé bajo aquella siniestra frase, había una firma.
“M.”
Una letra por firma de aquella profecía, vaticinio o lo que aquello fuera. Tras mirar nuevamente al reloj y observar que el autobús llevaba mucho tiempo de retraso, decidí volver a casa. Llamaría luego para avisar que no iría, y con el semblante firme, salí de aquel lugar para volver a casa. Una camino algo largo y sin duda otra vez, en solitario.
Tomé la esquina y caminaba decididamente. La noche empezaba a tomar protagonismo, cada una de las farolas aún no se habían encendido. Tras doblar la esquina y pasar ante los escaparates de diversas tiendas, llegué ante la plaza. En la que nuevamente no encontré a nadie. Todo el mundo había desaparecido. Extraño, pensé. Muy extraño.
Continué con mi camino. Y tras pasar nuevamente un montón de tiendas, llegué a la zona residencial de la ciudad. En donde decidí apresurar el paso, ya que empezaban a encenderse las farolas, y la noche estaba completamente sobre mi cabeza. Calles desiertas, y luces encendidas. Todo el mundo estaba o no estaba, ciertamente, algo desconcertante.
Al pasar al lado de un árbol y alejarme unos metros, sentí una breve brisa que me provocó escalofríos, hizo que mi cuerpo temblara sin saber la razón. Tras este lapsus, decidí continuar con mi marcha, ya nocturna, para llegar a un sitio en el que me sintiera seguro y dejar atrás aquella tarde de intriga.
Mis oídos captaron el ruido de unos zapatos tras de mí, algunos de mis sentido empezaron a agudizarse ante aquel hecho. Había una posibilidad de que no estuviera solo.
Pero la pregunta era, si no estaba solo, ¿Quién estaba detrás de mí?
Después de hacerme esta pregunta, noté que los pasos empezaban a hacer más fuertes, más intensos, y yo ante esto, temiendo que se tratara de alguien con oscuras finalidades, aceleré mi paso.
Uno y dos, unos y dos, uno y dos. Cada paso entraba en mi mente, aquel eco resonaba sobre mis oídos y recorría cada pensamiento de mi mente, tratando de buscar una salida ante lo que podía ser.
Me aproximaba ante un tramo oscuro de mi camino, aceleré rápidamente mi paso, con firmeza volví a escuchar de nuevo el mismo sonido, cada vez sentía más temor, ante la posibilidad de que fuera alguien que me quisiera hacer daño.
En plena oscuridad, con todos mis sentidos agudizados, comencé a temer por mí. ¿Qué era lo que sucedía?
Me detuve en seco, cogí fuerzas y miré tras de mis hombros, detrás de mí. Observé cada centímetro de oscuridad, no era tanta, pero podía verse perfectamente. Oscuridad tan solo, no había nadie.
Aliviado, continué con mi camino; tras dar los primeros pasos, mi corazón se aceleró, cada uno de mis sentidos se agudizó más aún y sentía una pesada carga de nervios que recorrían cada uno de mis pensamientos. Ahí estaba de nuevo.
Aquel sonido que retumbaba en las paredes de los muros de las calles y se hacía más intenso y volvía a mis oídos.
Estaba aterrorizado, sin embargo, cogí aire, y sin parar, volví a mirar hacia atrás. Oscuridad tan solo, y nada más.
Sentí un escalofríos en todo el cuerpo que me hizo acelerar aún más mi paso, algo estaba sucediendo, y a medida que retomé la marcha, los pasos tras de mí fueron más intensos se acercaba.
Fuera lo que fuese, me tenía en un amasijo de tensión. Cada uno de aquellos pasos, cada uno hacía que mi mente estuviera aterrorizada.
Miré una vez más, y no había nada. Y a medida que observaba a mis espaldas, los pasos cesaban.
Sin parar, continué con mi camino. Con los pelos de punta y con un temor que recorría cada centímetro de mi cuerpo, me aventuré a correr. Al principio no fue mucho. Pero a medida que cada paso se acercaba a mí, iba más a prisa.
Miraba una y otra vez, y mientras pasaba por el parque, con las luces encendidas, con la esperanza de ver a alguien, corría más a prisa. Nadie. No había nadie.
Con una pesada carga sobre mi espalda. El miedo, la inseguridad y cada nervio que hacía que estuviera a punto de derrumbarme seguí.
Daba un giro a mi cabeza buscando un lugar donde refugiarme, pero no había ninguno. El llegar a mi casa, era la única escapatoria. Por lo tanto decidí tomar un atajo. Un callejón oscuro. Literalmente oscuro.
Doblé en la siguiente calle y tras dar unos pasos lentos, corrí en medio de aquel abismo, donde no se veía nada. Temía tropezar con algo y que lo que tanto me aterrorizaba me atrapase.
Seguí, y armándome de valor, entré corrí más rápido y oía cada paso y su eco retumbar en las paredes. Estaba a punto de desmayarme, no lo aguantaba más. Cuando salí, todo fuera un alivio, ya que divisé mi casa, aquel edificio donde me refugiaría, de no ser, porque aún estaba corriendo, y miraba hacia atrás, y los pasos cesaban, y a medida que volvía a mirar al frente, eran más intensos.
Uno y dos, unos y dos, uno y dos. Me faltaba el aliento, casi no podía respirar y el corazón se me iba a salir del pecho. Nervios, terror, y más nervios. Cada centímetro de mi cuerpo estaba cansado, pero tampoco quería saber que era lo que pasaba. Estaba en estado de volverme totalmente loco. Que era… lo que pasaba.
Al cruzar a prisa mi calle y llegar a la puerta, parar, sacar las llaves del bolsillo y abrir la puerta contuve la respiración. Deseaba entrar lo más rápido posible. Una llave era la errónea, y otra más. Cuando llegué a la correcta y logré abrir la puerta, solté una bocanada de aire y cuando sentí el alivio en el cuerpo, algo me tocó en el hombro.
Mi debilitado corazón se iba a salir del pecho, estaba a punto tener un infarto, el susto, el miedo y aquella sensación terrorífica precedida tras una brisa fría, era lo que faltaba, estaba a punto de que me diera algo. Giré mi cabeza una última vez y lo que vi, me dejó inquieto y a la vez aliviado.
Una voz conocida me saludó. Era un amigo. David. Que susto me has dado, dije.
Y riéndose contesto: vaya, siento. Seguidamente me contó la situación por la que estaba en mi casa. Sus padres lo habían echado. Me pidió que le dejara quedarse. Mis padres estaban fuera de la ciudad, por lo tanto era posible. Lo invité a pasar.
Y tras mirar de nuevo a la calle y temer que cuando empieza a andar hacia mi piso, vuelva a escuchar aquellos pasos, continué con él.
No, no los escuchaba. Lo cual fue un profundo alivio para mí. Mi corazón descansó y el sudor que tenía de los nervios cesó. Subimos por el ascensor y él me relató todo lo acontecido en su casa. Cuando llegamos a la puerta después de atravesar el pasillo, nos sentamos en el sillón. Donde jugamos y nos divertimos durante toda la noche. Cenamos y todo aquello fue una noche maravillosa con mi mejor amigo. Tras el agotamiento, nos quedamos dormidos en el salón.
A la mañana siguiente, me desperté. Traté de ordenar aquel estropicio realizado en la noche, cada cosa fue ocupando su lugar. Terminé y busqué a David. No lo encontraba por ningún sitio, imaginé que salió, pero miré por la venta y observé por la casa, por si había dejado una nota. Pero contemplé el teléfono para ver si había dejado algún mensaje.
Efectivamente había uno. No era él.
Tina, la persona a la que ayer iba a visitar; a lo mejor era para saber donde estaba yo, pero no. Una noticia, una dura noticia. Que al escucharla, me dejó atónito, sin palabras, con miedo y a la vez más desconcierto.
“Es David, ayer en la tarde tuvo un accidente junto con su abuelo, él a muerto y su abuelo está en coma; ven pronto, es una tragedia…”
Eso y mucho más dijo, pero aquella frase en mi mente, una y otra vez, a su abuelo no lo conocía, pero a él…
Un aire frío recorrió y pasó sobre mí, las ventanas estaban cerradas, por lo que me asusté. Iba en dirección a la puerta, que ante mí se abrió sola, y con los mismo pasos de la pasada noche, salieron hacia fuera, donde desaparecieron al fondo, en silencio, tan quedos y muy callados. Mientras yo los contemplaba atónito, sin credulidad, con miedo, en la oscuridad de las escaleras. Donde acaban, donde empiezan, donde ya solo eso y nada, nada más.
Fin.
Vals del Adiós: F. Chopin, Vals en la bemol Op. 69 N. 1

    Vals Triste (Reflexión de la tarde)

    Hoy, traigo una pequeña reflexión de las horas en las que el sol va hacia su descanso. Hasta la mañana siguiente, en el renacer del día, de la vida.
    Vals Triste (Reflexión de la tarde)
    Cuanta es la melancolía que recorre mi ser. Las nubes lloran, los mares se turban y los pájaros vuelan descontrolados buscando su consuelo en el confín del mundo. La noche llega a cada lugar el mundo, el sol se pone y cada mitad se une… o separa.
    El sol proyecta sus débiles y efímeros rayos, los últimos del día, los indicios del final de la tarde, el agua se tiñe de amarillo y cada nube pasa, cada pena pasa… el día se apaga.
    La noche llega, la madre de las oscuridades llega con un gran semblante, danzando con cada luciérnaga del bosque. Todos bailan, todos ríen y lloran. Cada nube, una lágrima derrama, cada hombre no sabe sus palabras.
    Baile triste, triste danza y aunque triste sea cada lágrima, una palabra de aliento. Mi sustento.
    R. C.

    Un Hombre mira...

    Hoy traigo una pequeña reflexión en modo de poema, profunda, y contundente respecto al ser que cada uno respresenta y nuestros diferentes destinos. 

    Un hombre mira…
    Un hombre se levanta
    Y mira el universo,
    Los rayos de la mañana
    Se proyectan sobre el suelo.
    El hombre mira y no entiende
    Cada uno de sus misterios.
    Se siente triste,
    Triste se siente el hombre.
    Se incorpora y empieza andar,
    Guarda la calma y ve un torrente;
    Llega a un río, toca el agua fría,
    Siente el lamento de la muerte.
    Da vueltas por todo lugar,
    No sabe donde irá;
    No puede jugar,
    No puede dormir,
    No puede pensar.
    ¿Dónde irá?
    Por el camino encuentra
    Una flor, mira al sol,
    Siente su calor;
    Continúa en su silencio.
    Cautivo, cautivo
    Esta el hombre,
    Placer cedido,
    Cielo expirado,…
    Bajo un alto árbol,
    Camuflado bajo su sombra;
    Pasa una carreta.
    Con firmeza no asiente.
    Ir tan lejos,
    Huir de la vida,
    La tarde empieza;
    Ir hasta el final.
    Soledad sí, soledad no,
    Triste esta el hombre,
    El hombre esta triste.
    La noche existe.
    Llegamos viejos,
    El fin es temprano,
    Fluye desde el horizonte
    No va más lejos.
    Frustrado se siente,
    Sentado está,
    Llegamos y nos vamos;
    Es de noche,
    La luna esta en cielo,
    La lúgubre noche está…
    Es de noche… ¿A dónde irá?....

    R. C.

    Gracias una vez más por vuestras visitas. 

    Cuando Amanezca...

    Hoy, traigo un pequeño pensamiento, que aunque no lo parezca... me costó terminar. Gracias a mi fuente, la que inspiró estas líneas. M.

    Cuando amanezca…

    Cuando amanezca, saldrá el sol.
    Cuando amanezca, un nuevo comenzar,
    Cuando amanezca, diré adiós.
    Cuando amanezca, será el despertar.
    Cuando amanezca, saldré a correr.
    Cuando amanezca, tendré pánico.
    Cuando amanezca, no sabré a donde ir.
    Y cuando amanezca, el miedo estará ahí.
    Cuando amanezca, lo dejaré todo atrás.
    Cuando amanezca, no sentiré este pesar.
    Cuando amanezca, no miraré… miraré atrás.
    Cuando amanezca, y tu muerte, no estés, huiré…
    Cuando amanezca, todo empezará.
    Cuando amanezca, todo cambiará.
    Cuando amanezca, veré el sol.
    Y Cuando amanezca, sentiré la luz.
    Cuando amanezca, adiós a la soledad.
    Y cuando amanezca… cuando amanezca…

    R. C.