El tiempo pasa



Hace un año escribí sobre el final de la década, sobre un año pasado que terminó. Hoy vuelvo a realizar lo mismo. Han pasado muchas cosas, sentimientos, alegrías, desgracias, besos y sonrisas, lágrimas y manos al cielo exclamando los momentos que han sucedido a lo largo de este tiempo. 360 días, 12 meses y un año entero han vuelto a pasar, el final es hoy, 31 de diciembre de 2011, el inicio, mañana 1 de enero de 2012. 
El año viejo, cual señor mayor con bastón se despide, se va y no volverá. Un niño nace como símbolo del 2012. A pesar de todo lo sucedido, a pesar de todo lo vivido, a pesar de todo lo que ha sucedido y acontecido durante este tiempo, debemos guardar en nuestro corazón los buenos momentos que hemos pasado, para que en tiempos peores tenerlos presentes sea símbolo del poder de la esperanza, la que puede mover hasta una montaña. Unas últimas palabras, un último final, el año se va.
En su testamento, el año viejo, lega sus momentos tristes y felices a la humanidad. El año nuevo, su sucesor debe mantenerlos en el recuerdo, vivos y calientes y ante todo procurar y ser cuna de nuevos momentos que permanezcan en la mente y sean parte de su legado.
Desde mi corazón os transmito mis más sinceros deseos de paz y armonía, ante todo esperanza para los tiempos que vienen. Sean buenos o malos hay que vivirlos, sentirlos y pasarlos.
Deseo un año cargado de prosperidad y buenos deseos para cada uno de vosotros y los seres humanos. Seamos como seamos, estamos juntos en este mundo y aunque la armonía total se utópica, podemos coincidir en que deseamos eso. Mucha suerte, buenos deseos, paz y armonía. 
Os deseo felices fiestas, un feliz año y ante todo os pido, no perdáis nunca la esperanza, pues la lux aeterna que la representa no se apagará jamás.


Romario Castro

Fantasía Banal





Fantasía Banal

Nos encontramos en unas fechas dignas de celebración. No obstante, no por ello tenemos que seguir los ridículos clichés de la sociedad que han sido impuestos por distintos medios (televisión, radio, películas, etc) a lo largo de todo este tiempo. La navidad se siente y se transmite, absolutamente, no se debe ver reflejada en un materialismo infinito lleno de placeres mundanos que conducen actuando de vía directa al egoísmo terrenal.
Costumbres en estas fechas hay muchas, realidades dignas de ser admiradas pocas. Me explico, los regalos, es lo único que importa en estas fechas para mucha gente. La cuestión en esta realidad, es la profunda superficialidad  en la que está sumida la humanidad. Pocos son, los que se conforman con nada o casi nada —que en sí es un logro—. El mundo que estamos consiguiendo no es el ideal si las personas de hoy crecen en esa creencia.
Propondría un experimento sencillo: simple y llanamente, no dar un solo regalo o cualquier otro presente a nadie por estas fechas; sin embargo, sentarse  con esas personas y compartir un momento en el que se disfruta de verdad sería la compensación. Hacerlo, sin duda alguna, es un gesto que admiraría. Básicamente, por el ejemplo de humildad y buena costumbre que se manifiesta.
El verdadero espíritu de estas fiestas recae básicamente en la comprensión, el cariño y el amor que se debe transmitir por encima de todo el material vano que se reciba. Algo que tendrá más duración que cualquier objeto, algo de verdad y algo que permanecerá en el recuerdo.

Feliz Navidad y nos vemos en enero.

Noches de Frío III: Eterna





Noches de Frío III: Eterna 


Erase una noche tranquila, oscura y de profunda paz. El aire estaba sumido bajo las gruesas cadenas de espesa niebla, la cual cubría hasta el más recóndito de los espacios del bosque. En medio del mismo, se presentaba un claro y en medio de suntuosos jardines, grandes fuentes, un sin fin de flores con muchos colores que, en el día resaltaban como ningún otro lugar, enclavado en la mitad de frondosos y viejos árboles que conferían un tono tenebroso a ese lugar; con gran belleza en medio de oscuridad, como solían decir los visitantes que tenían el honor de entrar en aquellas dependencias: la gran mansión, se manifestaba imponente, como un castillo medieval, donde antaño pudo vivir un hombre o mujer de gran cuna. Nada más lejos de la realidad. Habían pasado muchos años desde la última restauración que había sufrido la casa. Un monumento a la grandeza de la sangre que en esas paredes habitaba. Remodelada para la estancia de los nuevos habitantes del lugar, como intento de restaurar la gloria que antes hubo en la zona. 

Las continuas especulaciones sobre lo que había sucedido en esa mansión eran incontables, hasta el punto de que aquellos que conocían el pasado tenebroso de aquellas paredes se mostraran recelosos de entrar y formar parte, en muchas ocasiones, de las recepciones que se daban. A pesar de estar en medio del bosque, se encontraba bien comunicada. Contaba con varios caminos, carreteras y salidas hasta el pueblo que estaba a tan solo veinte minutos a pie. Atravesando aquel bosque que servía de cortina para lo que se movía en las ventanas insondables de aquella fortaleza. Era de noche, el reloj daba las nueve ya. Aún así, los pocos comensales con los que contaba la casa aquel día eran pocos. Pero por protocolo inquebrantable se haría como se había hecho desde siempre, por tradición y costumbre transmitida de padres a hijos y de madres a hijas en la familia. El gran salón contaba con apenas dos lugares preparados para la cena: en un extremo, Lord Wildmord y en la cabeza, presidiendo aquel gran lugar, Lady Wildmord. Descendiente de una sangre azul, tan azul como el mar y tan marcada por la tragedia de sus antepasados. No obstante, esto no le quitaba el gran prestigio del que contaba. Su fama de buena dama de alta alcurnia era reconocida en muchos lugares y siempre a donde iba, contaba con que sería reconocida. No es para menos. Su familia siempre había estado en boca de todos, pero principalmente por los sucesos que marcan la casa que habita y el título de señora que lleva en su poder por derecho sucesorio. Contar lo que había pasado sería inútil, pues los hechos acontecidos hablan por sí solos. Sin embargo, destacar merece la pena, Lady Wildmord, Catherine como solían llamarla los más cercanos a ella evitaba hablar del tema. Prefería dejar el pasado, centrarse en el presente y mirar por su futuro. Era, sin lugar a dudas, una mujer progresista. 

— ¡Qué malo eres! —Bromeó con su marido—. Suéltame la mano. 

Eran bromistas hasta en la mesa. Adoraban pasar horas y horas a solas en los jardines mientras tenían algunos manjares que degustar. Jugaban y paseaban juntos por todos los lugares de aquella mansión. Desde la restauración ordenada por Lady Wildmord, había adquirido notoriamente gran esplendor. Un altar a la belleza en el claro más alumbrado por el sol en medio del día y en la noche, un rayo de luna que iluminaba cada centímetro de aquellas paredes interiores, penetraba por los cristales y se posaba sobre el lecho de cualquiera que descansando tranquilamente se encontraba, confiriendo al ambiente una capa de misterio pero a la vez de belleza natural y magia que no se encontraba en cualquier lugar. 

Terminada la cena, cada uno se dirigió a su lugar preferido en aquellas noches. Casualmente era el mismo para los dos: una salita en la segunda planta, donde aparte de tener unas vistas impresionantes de aquel paraje, había una biblioteca de las tantas repartidas por toda la casa, una chimenea, muebles y pinturas que estaban en las paredes. Se sentaron y cada uno escogió una actividad, tras darse un corto beso en la mejilla, cada uno se sentó. Él leía el periódico y ella una novela. 

Les trajeron una taza de café, acto seguido hablaron durante un buen rato sobre literatura francesa que no venía al caso. Se adoraban el uno al otro y no se separaban casi nunca. Tras estar de acuerdo en pasar a sus dependencias privadas, marcharon hacia la cama. Se pusieron cómodos y la noche hizo su trabajo en llenar el cielo de estrellas, traer la luna y hacer que esta ilumine los sueños de la gente que bajo su luz dormía. 

A la mañana siguiente los rayos de luz cubrían la mañana. Era un día esplendoroso, por lo que Lady Wildmord decidió llamar a unos amigos suyos para hacer una excursión por el bosque y el campo. Se consideraba una persona activa, ocasionalmente hacía recorridos de ese tipo. No obstante, esta ocasión sería diferente porque quería visitar una parte que estaba más alejada de lo normal de sus paseos. Con unos acantilados que impresionaban y que estaban en cierta lejanía. Pero merecía la pena. 

Así lo hicieron. Llegaron hasta aquel lugar cansados, exhaustos y maltratados por el arduo camino con el sol de medio día sobre ellos. Iban algunos de los mejores amigos del matrimonio, algo para sentirse en compañía y a gusto, solían decirse. 

El verde prado que recorría el camino por el que habían llegado estaba como alfombra a lo largo de ese inmenso valle sin pendiente. Pero he ahí la trampa de este lugar. Nada más llegar a cierto punto se producía un desnivel que culminaba con un saliente desde donde se contemplaba una enorme obra de la naturaleza. Uno de los acantilados más famosos de la zona. Y desde luego un lugar majestuoso para muchos. 

—Bajemos —insistió Catherine—. Será divertido. 

Reconocido también era el grado de accidentes que solían tener lugar en esa zona. Insensatos que no se fijaban bien por el terreno. Bajaron a prisa y con prosa llegaron hasta el saliente. Lady Wildmord iba a la cabeza y detrás la seguía su marido. 

—Ten cuidado Fred —advirtió uno de los acompañantes, al esposo de Lady Catherine—. Es peligroso. 

Tan pronto como se acercaron a la parte final del acantilado observaron un hermoso paisaje entre las rocas, algo que sin duda no se contempla a diario. Las aguas del río que discurrían sobre aquel lugar estaban con un cauce creciente y era notorio observar a las aguas chocando contra las rocas para abrirse paso por entre el camino hasta llegar al final de su destino. 

Tres segundos de nada, tiempo fugaz e irrecuperable bastaron para que la mañana se tornase en tragedia. Lo último que se vio, que Lady Catherine recordara en su totalidad, fueron los gritos desesperados por su marido. Que en sus atónita mirada caía al vacío, como una hoja en medio del otoño sin nada más que contar, observándola en el aire con esos ojos penetrantes que sollozaban sin parar ante la angustia que sentía en su interior; angustia que aumentó cuando contempló desvanecidas las esperanzas de vida en su amado pues había recibido un duro golpe y las aguas llevaron su cuerpo hasta abajo, donde un grupo de policías de búsqueda lo encontró en la ribera del río. En un momento lo tuvo todo y al segundo nada. Poco quedaba, más que el recuerdo de su amor, de la pasión que ambos consumían, del sentimiento de unión que compartían y sus miradas fundidas en un solo latir que en ese instante sentía que le arrancaban su mitad. Una horrible y accidentada primavera en medio de tanta algarabía. El final se consumió sobre ella. 

Con el alma desgarrada en el cementerio, tras besar y abrazar el ataúd de su marido, su amado, su compañero, su luz, su noche, su otro yo y todos las expresiones que pueden describir el amor que sentía cuando, con el alma partida daba su último adiós. 

Cerró los ojos y sollozando entre lágrimas, tiró el primer puñado de tierra sobre el ataúd en el nicho. Donde la paz empezaba a sonar, donde el tormento por el amor perdido en cárcel de sentimientos puros y llenos de dolor, consumían el alma de una desdichada. 

Cuando llegó a su casa, no comió durante un día entero. Hasta que el ama de llaves la obligó a hacerlo. No podía seguir así. Pero ella sentía que el dolor físico no era nada comparado al haberse desprendido de su alegría, de la luz de su sonrisa. Nada era lo mismo sin él, nada era lo mismo. 

A donde quiera que fuera, todo le recordaba a su amado. Esos años de matrimonio que habían pasado fueron tan felices que no los borraba de su mente. Cada año era como una vida y aún así, seguía siendo corta. 

En el pasillo recordó su primer beso, ambos tenían vergüenza. En la habitación recordó su primera noche de casados donde la pasión correspondida y la vida misma seguía su curso. Mirando el gran retrato del salón principal, donde salían los dos, recordó en el que se lo hicieron. En ese instante recordó como se le cayó un frasco de pintura encima y le manchó el traje. 

Aquello la hizo reír, por un instante, fue como volver a vivirlo. La misma sensación en el mismo lugar, como si nada hubiera cambiado. Pero no era lo mismo. No lo era. 

Con el corazón partido vagó durante toda la tarde por aquellos rincones por los que con él, solo con él, había llegado a ver. Hasta pasaba por las ventanas y la pena y el dolor se hacían latentes en el ambiente. 

Y hasta los árboles de la tarde, que con el viento chocan, susurran su nombre. El único nombre que no podía dejar de repetir a medida que pasaba el tiempo y la vida dolorosa continuaba. 

Al día siguiente, tras casi no pegar ojo en toda la noche, se encontraba Lady Catherine tomando asiento en su lugar de la mesa. Miró a su alrededor y solo vio a su mayordomo. Miró a su derecha y solo vio un lugar vacío. Tan vacío que ya nada era lo mismo y no lo sería, de eso estaba segura, tan segura como lo que sentía. 

Aquella mañana, decidió irse a la Iglesia con el propósito de escuchar algo que no fuera lo que ya le decía todo el mundo. Pero que, sin embargo, no convencía del todo y no era consuelo a lo que con tanto amor había cultivado durante tantos años y ahora ya no poseía. 

La vida y la injusticia de la vida. La muerte y su igualdad en el lecho eterno. Donde por siglos y eternidades la gente llora las soledades por sus pérdidas. En el frío suelo descansan y descansarán, sin poder levantarse las arduas espuelas del dolor, que clavadas como clavos en el corazón no se olvidan, no se olvidan. 

Tras volver sin respuestas llegó a la conclusión de la injusticia divina al permitir lo que estaba sucediendo. No comprendía que había sucedido en aquel lugar para que se mereciese tan gran castigo. 

Posteriormente, vio todo lo acontecido como culpa suya. La invitación a ir, el no ir con cuidado y el hacer que la siguiera hasta ese cruel final fue lo que empezó a desquiciar a Lady Catherine. 

Impotente, sin ganas de nada, sin luz en su vida continuó vagando por el resto de la casa. Llegando a sus lugares favoritos y hasta mirando sus libros favoritos, aunque no fueran de sus simpatía, pero le recordaban a su amor. El que por más ruego y mendigo, no recobraría, pues Eurídice y Orfeo era solo un cuento que no conducía a nada. 

Y la nada es nada, donde nada puede ser cualquier cosa. La vida que estaba consumiéndola se venía encima de ella y se cernía con todo su poder. Recalcando la supremacía del destino y el final inesperado a todo lo bello que por ventura de este mismo factor constituye su final. 

Aquella noche casi no cenó, pero se fue así a la cama. Directamente tras despedirse de sus empleados. La casa estaba sola sin él, la casa se mantenía en pie y con ella en la más profunda pena y soledad en la cercanía al mar. 

Durmió y cerró los ojos sin consuelo, sin nada por lo que pensar y vivir. Lo que tanto amó ya no estaba y su alegría se fue con él. Consiguió dormir algo más de un par de horas, pero cada vez que miraba en sus sueños, lo veía a él y aquello la ponía triste, profundamente triste. 

A la mañana del día siguiente, se sentía menos dolida que días anteriores lo cual la llenaba de nuevo de esa dote más cariñosa y normal en ella. Pero a pesar de todo, no sentía que esto pasaría pronto. Pero se tomaría su tiempo. 

No obstante, algo había cambiando en ella. No se notaba igual. Sentía en su cuerpo una sensación que no supo identificar, pero no le dio la mayor trascendencia y lo achacó al estrés que sufría y a la depresión en la que se hallaba sumida. 

—Fred —suspiró—. Fred… 

Suspiro que se ahogó en el silencio y no tuvo más que decir. La soledad la estaba matando y sentía que estaba en un estado en el que no se puede más. 

Era viernes por la mañana, las nueve del día. 

Mientras leía, algo extraño pasó por su mente. Un pensamiento que no supo decir de donde provenía. Un nombre. Un solo nombre que ahora y cada vez más era más intenso para ella. 

—Fred… —escuchó susurrar—. Fred… 

Una y otra vez. 

—Fred… —sin parar—. 

Era demasiado extraño. 

Quería acallar las voces que en su mente sonaban. Primero por lo bajo, segundo por lo aumentado el volumen, seguido por un aumento en la intensidad. 

—Fred. —se escuchó—. Fred… 

Su mente le juega una mala pasada, se preguntó. Pero lo que no entendía es porque a ella. Si no había hecho nada. 

Las voces no cesaban, aunque escuchara competas obras o música de todo… pero lo que era cierto, es que Catherine empezaba a ponerse histérica; no lo podía superar. 

A cada instante y cada paso empezaba a ver cosas. Cosas en las paredes, cada cuadro se movía y ella estaba asustada. La tarde empezaba a tener colorido negruzco sobre la noche. Tormenta se acercaba. 

Las voces no callaban. La llamaban ahora. Repetían su nombre, era la voz de su amado, que no la dejaba en paz. Que ahora la tranquilidad perturbaba. Se ayudaban, por cada evocación a su amor, cada tres con su voz era él. 

En algunos momentos incluso llegó a contestarles. Las voces y las voces, no paraban. En el viento fuerte contra las ramas, el silencio se tornaba con su nombre, el nombre de su amado. 

Empezó a correr por toda la casa y mientras anochecía, la luz se cortó. La luz se fue y a oscuras dejó. Mientras Lady Catherine corría y corría por los amplios pasillos de su mansión en el bosque los árboles y los rayos empezaban a llamarla. 

A cada instante que pasaba, los empleados de la casa intentaban ayudarla. Hasta el punto de llamar a una ayuda psiquiátrica. El ama de llaves, que la vio nacer y estaba en sus cabales observó quizá el mal familiar, tratando de auxiliarla en medio de sus gritos y esperpento. 

—Fred… —gritaba a todo pulmón—. Amor mío. 

Mientras corría seguía, mientras corría negro todo lo veía. 

—Fred… —dijo nuevamente—. Fred… 

Entonces abrió la puerta de la casa y en medio de la lluvia salió y corrió en medio del bosque. Atravesó una gran parcela ya que conocía bien el terreno. Llegó hasta el cementerio. 

Los demás fueron menos ágiles ya que no eran conocedores de aquellos parajes, no obstante sabían más o menos donde iría. A buscarla ante todo. Así lo hicieron. 

Mientras en el cementerio, con una pala en la mano postrada ante la serena mirada de la fría lápida que ante sí tenía observó como la lluvia caía y la noche con rayos sobre ella se cernía. 

Los tormentos que había, los tormentos que pasaban no eran nada comparado con el dolor que sentía. 

Empezó entonces con la pala a cavar y así lo hizo durante un buen rato. A prisa, sin importarle nada. Una y otra vez. 

Llegó hasta el ataúd donde tras bajar abajo con el agua estancada y con un fuerte olor, lo abrió y ahí estaba su amado. Convencida entonces de que las voces pararían al ver que se había ido y no era él lo abrazó y besó su mejilla. Como hacían antes de su partida. 

Las voces no callaban. No paraban. No cesaban. 

Salió del nicho y por entre las ramas del bosque salió. Corrió y corrió con la ropa empapada y detrás alguien que la seguía. Eran los que la buscaban. 

Pero a pesar de ello, no se percataba de este hecho. Mantenía su marcha firme y talante hasta llegar al lugar, donde por desventura se sucedió aquella tragedia en su vida. Nada más pararse en seco frente al acantilado y observar las aguas que el río llevaba, miró al cielo y vio una estrella. 

—Mi estrella —musitó helada—. Mi única estrella. 

Miró al horizonte sin nada más que una lluvia que caía sobre ella y la desgracia que ya traía. Los fantasmas y tormentos del pasado, de sus días pasados la acompañaban. 

Mientras los demás intentaban persuadirla de que no se moviera, en el mismo sitio, al darse la vuelta para volver con ellos, pues las voces cesaron en un instante, donde su amado había sucumbido resbaló. 

Todos contemplaron atónitos como la firme capa del viento, con el agua en medio de la noche, iluminada por los rayos de luz parpadeante de los relámpagos, Catherine caía en el vacío. 

Sus ojos se vieron mirando a la nada. A un cielo en que de repente se veían muchas estrellas, donde cada estrella era un sueño, un sueño que había cumplido y vio la mayor de ellas, supo quien era. 

Su mayor estrella, su mayor luz estaba esperándola quizá. 

Mientras en el aire estaba, recordó el beso de la mañana, de aquella mañana en la que estaban a punto de salir, luego le dio la mano y caminaron. 

Fue rápido e indoloro. Las heridas se curaron, las voces pararon, la situación cambió. La noche cambió y empezó a cambiar, a ser tranquila. Un corazón se volvía a unir, un alma partida se volvió a juntar y la sonrisa de los dos al mismo tiempo volvió a brillar como siempre la recordaba. 

Fin. 





Rima V


Rima V

¡Ay pobre amor!
Que difícil olvidar,
El intenso color:
Del hermoso amar.
¡Ay pobre amor!
Que amargo es tu vivir,
Que inmenso es el dolor,
Que tienes que sufrir.
¡Ay pobre amor!
Que no puedes morir.
Que amargo es el sabor,
Que tienes que sentir.
Llorando por querer,
Tener a un corazón,
Que sepa comprender,
Lo que es la pasión.
Y esperando ver,
Tu ardiente canción.
Buscando ser,
Cura de tu aflicción.
¡Ay pobre amor!
No llores pobre amor,
Consuélate ya,
Que pronto vendrá.
Alíviate el dolor,
Que te hace padecer:
Sentimiento arrollador,
Dolor de amanecer.
¡Consuélate ya!
Consuélate ya…
Que pronto vendrá.
Y no se irá.




La Libertad




La Libertad
Todos los hombres nacen libres. Es un principio innegable ante los nuevos tiempos que transcurren. La libertad es y será, siempre una de las características que nos definen, que nos hacen ser humanos, que nos convierten en personas, junto a la dignidad de que sean respectadas nuestras decisiones y aceptemos las consecuencias de las mismas.
Desde nuestros primeros pasos, empezamos siendo conscientes de lo que tenemos en nosotros: el deber de ser y aceptar. Por un lado, continuamos desarrollando nuestras capacidades a lo largo de toda nuestra infancia. Cometiendo las trastadas típicas de niños, los errores típicos de adolescentes y pagando algunas veces lo que no queremos.
Somos libres de desear lo que queramos, somos libres de escoger lo que ansiamos, somos libres de soñar y luchar por lo que creamos justo y somos ante todo libres, de ser.
Nos debemos obediencia al precepto de aceptar, porque van juntos. La libertad conlleva responsabilidad y aceptar que lo que hagamos con ella debe estar regido bajo las normas de un código propio, que nos ayude a escoger lo correcto y llegar a la virtud de actuar bien y usar bien la libertad.
Todos los hombres nacemos libres, todas las personas somos libres, toda la sociedad debe aceptar la libertad. Solo así viviremos en paz.

R. C.

Canto a la Soledad


Canto a la Soledad

¡Oh soledad! ¡Bendita soledad!
Ante tus pies, postrado vuelvo.
Ante tu mirada, inclino el semblante.
Ante tus reprimendas y críticas,
Asiento con honesta verdad.
Tenías razón.
De vuelta a la oscuridad,
Con solo una vela acompañado.
Que guíe mi andar, que guíe mi soñar.
Que me lleve a la senda de la gran verdad.
Vuelvo contigo, gran amiga.
Gran compañera, de vuelta a la oscuridad.
Sentado en tu frío regazo,
Contemplando tu invisible imagen.
Acariciando tus ásperas  manos,
Mirando tus ojos inexistentes.
Alejado del peor de los tormentos,
Alejado de las penurias,
Alejado de las pasiones.
De vuelta a tu luz,
De vuelta a la cuna de todo artista.
De vuelta a la cuna de la virtud.
¡Oh Soledad, bendita amiga!
¡Eterna compañera!
Sin lágrimas de adiós,
Con alegría de volver.
Aquí estoy, recíbeme.
Ardiente torbellino de gélidas
Tempestades sobre el mar.
En el confín del mundo,
En el final del viento;
En el final de los mares.
Aquí estoy…

R. C.


Renacer


Renacer

Cuando todo muere, queda sepultado bajo las profundas aguas negras de la oscuridad eterna en la que la muerte tiene dominio, solamente queda la esperanza de un nuevo nacimiento. Tras luchas incansables en los campos de batalla, el ser consciente de la mortalidad que cada ser humano posee es duro y doloroso, sobre todo cuando has sido herido en donde más te duele.
El observar como la fugacidad de la vida puede caer sobre alguien es impresionante, hecho trascendental, ya que estamos acostumbrados a glorificarnos en todo momento. Sin embargo, hay momentos para todo. Pues hasta el imperio más grande ha caído. Siempre es así, inevitablemente. Desaparecen para ser renovados por otros, los cuales pueden alcanzar la nueva gloria y mantenerse por un tiempo. Pero no por ello salvarse siempre de todo.
La mortalidad de cada ser se concentra en su vida. Cada momento es importante y puede ser el punto clave de muchas cosas y llegar a determinar nuestro destino. Saber escoger bien este camino dentro de la virtud es importante.
Pero aunque obremos bien, consigamos los mayores éxitos que encontremos, superando cada reto que se nos presente; es obvio que todo ello conlleva un gran esfuerzo y en muchas ocasiones un gran sacrificio que no todos están dispuestos a hacer. Las victorias son grandes y los fracasos pueden serlo aún más, pero lo esencial de estos hechos es el intento y el trabajo que hay de por medio. Sin esfuerzo y ganas por conquistar nuevas fronteras que para algunos son imposibles de alcanzar, la vida no merecería la pena. Sin sueños no hay realidades. Y sin realidades que atravesar, no hay sueños que merezcan la pena realizar.
Todos sabemos lo que se siente una gran victoria, pero faltan palabras para especificar lo que supone un fracaso. El temor por el fracaso es grande para muchos. Pero es inevitable fracasar en muchas cosas, quizá es el concepto; porque decir fracaso es un término algo fuerte. Motivo por el que volverlo a intentar merece la pena, es una definición adecuada. Dependiendo del momento y el hecho.
El miedo a fracasar no es más que un miedo a nada. Lo que tenemos que tener en cuenta es el miedo a no intentarlo. Sin intentarlo no cometeremos errores que nos harán ir por la senda correcta. A veces incluso, es el único modo de aprender bien una lección.
Cuando algo no sale como has deseado, el sentimiento de frustración e incluso tristeza puede inundar nuestra mente. Pero el sentimiento de superación y fortaleza para volver a renacer de las cenizas del error, sembrar el conocimiento y la sabiduría necesarios para llegar hasta donde deseamos es importante para fomentar el espíritu de superación que hemos de mantener a lo largo de nuestros días.
Todos tenemos derecho a estar tristes. Pero es más evidente aún, que tenemos un derecho y la firme convicción de superarlo y salir adelante, con ánimos para volver a intentarlo una y otra vez, sabiendo que quizá no a la primera, segunda o tercera, pero al final conseguirás lo que anhelas.
Pero mientras aguardes en las negras aguas de tus lágrimas, bajo las más horribles llamas y las negras tormentas que se presentan sobre los seres humanos, lo que les recuerda su condición de humanos imperfectos, ha de ser lo que les llene de ganas y fuerza para salir.
Pues el descanso eterno es lo único que salvará nuestra alma en el último día, pero hasta entonces, hemos de afrontar cada reto, hecho y acción de nuestra vida como una decisión que es vital para nuestra existencia.
Aunque se haya perdido, hay dos opciones en la evaluación de daños: perder algo que pueda ser o no repuesto, en cuyo caso, aunque no se pueda reponer, siempre habrá algo mejor. Pero el perder algo que no afecta en lo más mínimo, no es una pérdida, es simplemente que algo que no debía estar en nuestras vidas desapareció. Siempre para bien y provecho nuestro.
Solamente esperar el renacimiento es lo que nos conducirá a la salvación, el ver la luz aeterna que nos iluminará el resto del camino.
Pero antes de eso, hay que observar la humanidad, la carne y el hueso con el que estamos hechos, analizar lo mucho y a la vez poco que somos, hasta llegar a la conclusión de nuestra mortalidad.
Porque los humanos son mortales, hasta el más glorioso de los hombres es mortal, hasta el hecho más apoteósico puede haber tenido varios intentos, pero el espíritu y la lucha que hay de por medio para conseguirlo, es lo que animó a sus protagonistas a intentarlo.
Las aguas negras de nuestras humanas lágrimas, son caminos que todos atravesamos, pero el recuerdo, el olvido y el tiempo cura todas las heridas, hasta conducirnos a un nuevo renacer, pero hasta encontrarlo, recordemos que somos humanos y estamos en la tierra, que polvo somos y seremos, hasta el fin de nuestros días.
“Las lágrimas solo sirven de consuelo, pero el verdadero consuelo se halla en ver que las tenemos.”



Soledad


Soledad

Soledad eterna, eterna soledad. Tú que me acompañas,
En la más ardua y oscura de las noches plutónicas,
Por los largos caminos que nos brinda la vida;
¿Por qué este consuelo es idea temida?

La vida es larga, larga es la vida. Discurriendo cual rio
De corrientes puras con un solo final: llegar al mar,
Donde las penas en sus corrientes desaparecerán.
Se fundirá el temor, se acabará el pesar.

Y dime, ¿Esto terminará? ¿Habrá un final?
De las soledades vine y a las soledades volví.
Pues no hay mejor consuelo que la oscuridad.
Aunque amarga y fría, gélida y nocturna;

De mis soledades vine y a mis soledades volví.
—No hay peor tormento que la soledad —se suele decir.
Pero si a ella regresé, es porque en ocasiones
No hay otra salida a la situación.

Y por ende, la fría y malvada soledad
Es mi única compañera.
Porque cuando alguien está sentenciado,
No hay más salida, y si a la soledad vas.
Ten por cierto, que de ella, regresarás.
Pero siempre, siempre, existe el llamado…
El “volverás”…

R. C.

Oportunidades




Oportunidades

En otoño todo cambia… A lo largo del verano suceden muchas cosas, las vacaciones y otras salidas que aprovechan el tiempo veraniego suelen ser algunas de las que recordamos a lo largo de todo el año. Cosas buenas o malas suceden, dependiendo de nuestro punto de vista, pero lo que cuentan son los hechos.
En otoño empieza todo de nuevo, la vida sigue y descubrimos que ese sueño de una noche de verano termina. Nos despertamos. La realidad de la vida que ante nuestros ojos se representa vuelve a nosotros. Y que es la vida sino un sueño, donde debemos luchar por cada una de nuestras metas.
Hay que encontrar la fortaleza necesaria para conseguir lo que estamos dispuestos a llegar a ser u obtener. Nada se hace sin sacrificio y desde luego solo se consigue luchando por lo que más anhelas.
La vuelta de las vacaciones cuesta, pero ante todo es una nueva oportunidad, un comenzar distinto. Después del merecido descanso, solo nos queda volverlo a intentar. Y cuando nos queramos dar cuenta, estaremos en medio de un descanso eterno, una felicidad perpetua, algo que solo nosotros entendemos, un sentimiento de satisfacción por lo conseguido.
A medida que pasa el tiempo, el círculo de la vida continúa. Hemos de ser capaces de ser abiertamente valientes para continuar este ciclo vital hasta el final de nuestros días.
Todo tiene un principio y un final. Pienso en mi comienzo, analizo mi progreso y se cual será mi final: La alegría de haber llegado a tener todo cuanto he deseado, con la satisfacción de haber luchado y teniendo lo que más anhelaba.
El levantarte y ver un nuevo amanecer conlleva un derecho y la obligación de mirar el cenit a medio día, con la satisfacción en los labios cuando vemos el atardecer anaranjado en un mismo cielo.

R. C.


Comenzar...



Comenzar…

Parte de la vida es dejar el pasado atrás. Estar dispuesto a hacerlo es el gran paso a tomar cuando no queda otra opción más que ser fuerte y continuar con la existencia que a cada uno se nos esta asignada.
El pasado, pasado es; atrás queda. Centrarse en el presente y el futuro cercano es lo realmente importante para continuar con tu vida.
Recordar aquellos maravillosos momentos que se han pasado es rememorar las viejas epopeyas que nos han convertido en quienes somos, cada triunfo y batalla. No obstante la gran guerra la afrontamos siempre.
Los nuevos comenzares son los que nos animan a seguir. Cuando recibes uno, es algo; ya que es una nueva oportunidad de conquistar nuevos horizontes y llegar hasta las fronteras insospechadas de lo que llamamos vida.
Dejar atrás lo que no merece la pena y ser fuertes para seguir hacia delante es símbolo de ser un luchador incansable por el provecho y beneficio nuestro.
El fin último de todo es llegar a ser felices, por lo que si somos capaces de decir adiós; un nuevo hola nos traerá el destino.
Nuevas aventuras que nos llevarán al camino que hemos escogido hasta conseguir cada uno de nuestros sueños y con ello, llegar a conseguir la grandeza a la que aspiramos.
"La vida cambiante hace que nos reforcemos contra todo tipo de situaciones; el destino solamente es el camino que nos lleva por la vida, hasta el fin último al que todos aspiramos: la grandeza de haber luchado."


The Best


The Best

La perfección es un tema de amplia discusión a lo largo de la historia, hasta llegar al albor de nuestros tiempos. Ríos caudalosos de tinta han recorrido el suave papel con la esperanza de ilustrar a la humanidad este concepto.
Subjetivo y relativo. No hay nada más que aclarar para este tema. Absolutamente es un tema más complejo, pero que se puede resumir así.
Las personas deciden lo que es perfecto para ellos. Desde una prenda de vestir hasta una persona misma. Existen cánones que nos ayudan a definir lo ideal o lo buscado en general dentro de las normas de la sociedad, no obstante, es solo una opinión que se impone en representación de la humanidad o un grupo de personas. Pero no por ello deja es lo ideal para todos. Siempre habrá alguien que discrepará con esta idea.
Gracias a estas personas, que siempre mantienen sus creencias y defienden lo que creen correcto, la sociedad avanza. Buscando nuevas ideas que se acerquen al bienestar común, logrando un avance en la sociedad o nuevos horizontes de exploración. Por estas personas, observamos algo diferente que quizá pueda ser mejor o simplemente tenga otro punto de vista. Es por ello que la perfección es subjetiva, depende del pensamiento de la persona o grupo de personas.
Ideas y conceptos generales que se compartan en todo el planeta existen; pero que sean universalmente aceptados y no haya división de opiniones, no es posible.
Por lo que la posición relativista tiene razón en este campo. La perfección es relativa, pues no todas las culturas consideran perfecto un mismo ideal.
Intentan encontrar lo perfecto, pero siempre claro, son sus creencias. Es por ello que estando sometido al relativismo, la perfección depende de cada persona, cultura y sociedad. Estando influido también por la época. Que juega un papel importante dentro de este concepto, hasta destacar como algo importante dentro de la consideración de las ideas.
“La perfección consiste, en hacer que cada imperfección sea única.”
“La perfección es un mar de ideas a la que cada uno le busca un sentido y es ése el ideal general que se impone para establecer un canon de perfección.”

Premio

Muchas Gracias


Es de cortesía ser agradecidos con lo que cada uno recibe de buena intención y propósito. Debo agradecer así mismo a
Por el mérito recibido.
Han pasado muchas entradas y palabras por este blog, pero sobre todo mis seguidores son los que hacen posible que esto siga siendo posible. Agradezco a todos y cada uno de ellos sus lecturas y así mismo, animo q todas las personas a descubrir la maravilla de las letras. Pues es algo que el mundo debe conocer y amar, como el más bello de los tesoros.
“La cultura y el conocimiento es lo que ilumina la vida de la humanidad.”


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