Noches de Frío II: Reflejos Trascendentes

Hoy, un nuevo relato, continuación de lo que antes comenzó...



Noches de Frío II: Reflejos Trascendentes


“Una saga familiar, llena de intrigas es lo que hoy en día llama la atención, como esta. Sin embargo, conocer todos los entresijos de una familia no siempre es bueno; pueden descubrirse cosas que es mejor que estén ocultas y no se conozcan. Pero este no es el caso, y continuando con la que empecé, relataré ahora, seguimos en la historia. Una historia que por la locura de los hombres es ejemplo de lo que en una simple casa, por fastuosa que parezca, ocurrió, siendo sus paredes los únicos testigos del tiempo pasado, presente y quizá futuro.”

Habían pasado varios años tras la muerte repentina del gran Wildmord que era titular de la casa que llevaba su nombre. Su sobrino, el nuevo Lord Richard Wildmord, heredero universal del patrimonio que había pasado de generación en generación desde hacía cientos de años atrás, asumió los bienes que le fueron legados; así como la responsabilidad de cuidarlos, protegerlos y anteponer el beneficio del patrimonio al suyo, ya que no se trataba de lo que él quisiera, sino de lo que las generaciones posteriores a él deberían asumir. Y por supuesto, debía procurar el crecimiento de todo, para ser recordado como el buen hombre que había sido, es, y esperaba ser en el futuro.
El primer día que llegó a esa casa, sintió un aire místico, misterioso, llegó incluso a tener curiosidad por saber que pasaba en ese lugar, pero las cortas visitas que realizaba de niño a sus tíos no se lo permitían.
Poco a poco, esas paradas en casa de sus familiares se prolongaron, pero el interés que un día tuvo por aquello, desapareció totalmente. Las ansias por descubrir los pasadizos, las grutas, los cuadros que hacen cosas extrañas dejaron de surtir efecto en la mente del joven.
Cuando se enteró que sería el dueño de todo aquello, hizo la promesa de cuidarlo como el mayor de los tesoros, pues lo era para su familia. El legado que mantendría el buen nombre, la gran casa, y el prestigio que con siglos de servicio se había conseguido. Misma promesa que manifestó a su tío, en la misma sala donde fue presentado en sociedad con las copas al aire. El sonido de aquellas palabras tan solemnes y sinceras, hizo que se ganara el afecto, el respeto y el cariño de todos los presentes. Un éxito ganarse a todos los hacendados de la zona, y en solo una reunión social, el dote de la palabra era suyo, sin duda.
Sus tíos, en cada cumpleaños, le hacían unos regalos muy suntuosos. Desde luego, símbolo del poder que mantenían y de la fortuna que poseían. Viajes por el mundo, coches, caballos, o un establo entero lleno de ellos, sin duda alguna, le querían como a su propio hijo. No era para menos, sería el heredero de todo aquello y tenía que estar lo mejor preparado posible. Con unos estudios recibidos en los mejores lugares, formado por personas ilustres, verdaderas eminencias que habían aportado su granito de arena para que este futuro caballero de sociedad, sea un hombre de bien, como lo habían sido sus antepasados, y como lo era su tío.
Tras ser bien educado y estar listo para recibir las responsabilidades que le fueron encomendadas, solo se esperaba un suceso. Y ese llegó una noche. El suicidio de su tío, le marcó, con ello supo que la locura de un hombre no tiene fronteras. Aprendió, no obstante, que era preciso superar todo aquello para continuar la labor de los que anteriores a él, construyeron una familia.
Los primeros días en la casa fueron bastante movidos, los nuevos Loores,
Lord y Lady Wildmord; Richard y Marie, junto con sus tres hijos: Alexander, el mayor; Peter, el segundo hijo del matrimonio; y la pequeña Sophie, la hija menor. Esta era la gran familia que ahora habitaba aquel lugar.
En una de sus visitas a la capital, el joven Richard se enamoró perdidamente de la joven Marie, durante una fiesta, bailaron, y en cuestión de meses de noviazgo, se casaron.
Una virtuosa del piano, aficionada a la lectura y dulce como la miel en carácter, eran los rasgos que la caracterizaban. En ocasiones, ella tenía que salir a efectuar sus apariciones en público, tocando en conciertos, aunque no lo necesitaba, ya que su familia era muy bien acomodada, y desde luego, era solamente amor al arte de música.
Sus hijos, que poco a poco fueron llegando, se convirtieron en la alegría de sus ojos. Desde el mayor, hasta el menor. Se encargó de empezar una formación extraordinaria como la había recibido él. Sin embargo, no solo para el mayor, sino para sus tres vástagos. Quería lo mejor para ellos.
Su hija menor, fue la más adorada por su madre, cuando descubrió que los dotes del piano había residido también en ella. Fue algo que la emocionó, y la alentó profundamente a continuar la educación de su hija en ese campo, dirigiéndola ella misma.
La casa era grande, enorme desde luego; y lo que asustaba a sus nuevos habitantes, era perderse. Los sirvientes, los trataron de las mejores maneras desde el primer momento en el que los vieron, la cordialidad era muy bien recibida por los nuevos Loores. Y la vitalidad que trajeron sus hijos a la casa, fue muy bien recibida por los empleados. Algo de risas para aquel monumento al silencio, convertido así desde el luto, que había rodeado durante mucho tiempo aquel imponente lugar.
Los asuntos del patrimonio fueron bien atendidos por Lord Richard; la gestión y administración de cada una de las posesiones que ahora tenía fue realizada con extremo cuidado y dedicación. Lady Marie, continuó con sus apariciones en conciertos, gran aficionada al teatro y buena organizadora de eventos sociales, fue bien recibida por la ciudad, al igual como lo fue su marido. Siguiendo la tradición de la familia, en su ayuda a los demás, consiguió que se construyera un hospital para los pobres; esta y otras acciones por el bienestar común marcaron el inicio de la filantropía a la que estaban acostumbrados en la mansión, que desde hacía generaciones era lo que los caracterizaba. La bondad y la solidaridad, era algo que sin duda, apreciaban en esas paredes.
Todo iba sobre ruedas. La casa estaba impecable e incluso se hizo mejorar el jardín. Lo inauguraron con una fiesta, a la que asistieron todos los más cercanos a la familia y las más altas familias de la ciudad. Un evento espectacular y de gran magnitud del que se habló durante varios días, ya que los organizadores no escatimaron en gastos, para ofrecer a sus invitados lo mejor.
Pasaron los días y una representación nocturna en el Teatro de la Ópera de la ciudad, hicieron que la familia asistiera y la presenciara desde su palco. Sin embargo, Lord Richard no asistió. Alegó cansancio y se retiró a descansar. Su esposa al oír esto, trató de disuadirlo, sin éxito. Por lo tanto, despidiéndose de la forma en la que lo hacían siempre, salió con sus hijos hacia el teatro.
Lo cierto era que, Lord Richard, no estaba cansado. Nunca lo estaba. Por eso le extrañó esa excusa a su esposa. El verdadero propósito de quedarse en la casa era explorarla a fondo. Desde que había llegado, no había tenido tiempo de visitar los lugares en los que nadie se fija. Tales eran: el ático y el techo. Y comprobar si era verdad, el rumor de ciertos pasadizos en la casa; la servidumbre no había oído hablar de su veracidad, pero afirmaban que cosas extrañas habían pasado en la casa, y no les extrañaría que fuera verídico aquel rumor.
Tras cerciorarse de que los empleados estaban en la cocina descansando, y decir que no se le ofrecía nada más. Estos se retiraron a descansar.
Fue entonces cuando Lord Richard Wildmord, aprovechó para descubrir el lado oculto de su propia casa. Curiosidad que no había tenido desde niño, siendo ahora el momento en el que la recobra.
Bajó las escaleras, tras ponerse algo más cómodo de ropa en su habitación. Caminó hacia la entrada al sótano. Abrió la puerta, y un simple vistazo bastó para saber por intuición por donde bajar. Con una vela en la mano, bajó peldaño a peldaño hasta llegar al final de la escalera.
Trastos, muebles, cuadros, mesas, estanterías llenas de libros; colección de su tío quizá. Objetos cubiertos por telas blancas, y llenas de polvo. Eso fue lo que encontró.
Observó minuciosamente cada uno de ellos, con mucha atención. Saciando la curiosidad que había tenido oculta. Cada vez que quitaba una tela blanca, y veía lo que estaba debajo, sentía una sensación de curiosidad por lo que habrá debajo. Cuando lo averiguaba, volvía a poner la tela, y continuaba con el siguiente objeto.
Continuó así un durante aproximadamente una media hora. Observando, mirando, descubriendo, sintiendo lo que cualquier niño pequeño habría hecho en el pasado. Ahora, el tiempo había pasado, y ya era un hombre, pero el recuerdo que le causaba ver algunos objetos que antaño había visto arriba expuestos, le causaba la intriga por descubrir más.
Al fondo, tras la estantería, entre un montón de cuadros, tapados por la misma tela blanca y llenas de polvo, encontró algo extraño.
Se giró y continuó estudiando minuciosamente de que podía tratarse, con valor, levantó imponente la tela. Y se descubrió a sí mismo. Se trataba de un espejo majestuoso. Que estaba guardado en ese lugar, desde no se sabe cuánto tiempo, una pena. Se preguntó por qué no estaba arriba. Fue entonces cuando encontró la misma etiqueta con la que estaban los demás objetos de la sala que había descubierto debajo de lo que nadie se imagina.
 “No tocar; Lucius Wildmord”
Fue lo único que estaba escrito. Tratando de recordar la historia familiar, el nombre vino a su cabeza. Era su bisabuelo. Recordado fundamentalmente por la locura con la que terminó en un hospital psiquiátrico. Así fue como su abuelo, consiguió hacerse con el dinero de su padre. Actuando astutamente, sin saber si la locura era cierta o no.
Lo que era verdad, ese misterioso espejo. Decorado con un par de piedras preciosas, y otros relieves, que sin duda le confieren un elevado valor.
Estaba en el suelo, y tras cogerlo con extremo cuidado, lo colocó encima de una mesa que tenía detrás. Continuó observándolo, en busca de nuevas curiosidades acerca de ese extraño objeto encontrado. En la casa había muchos espejos, pero ninguno como este. Era distinto, no cabía duda.
Tras dar un paso adelante, colocó la vela al lado del objeto, y dio paso al frente; mirando minuciosamente cada centímetro del espejo. De súbito, el relejo del espejo donde se observaba a sí mismo, se torno como nubes oscuras desapareciendo cada uno de sus rasgos. Asustado, cayó al suelo. Un extraño fenómeno estaba sucediendo en ese preciso instante. Quizá era lo que estaba esperando ver aquella noche.
Después de unos instantes de temor en el cuerpo, y con el corazón palpitando fuertemente, sintió deseos de levantarse y mirar lo que era. Así lo hizo. Se acercaba lentamente, paso a paso, mientras el reflejo de la luz hacía que aquel destello en medio de la oscuridad adquiriera un tono siniestro.
Cuando se colocó en frente del objeto, no vislumbraba su reflejo, como era normal en los espejos. Al contrario, sombras, solo eso y únicamente las nubes grises o negras que se centraban y movían en medio del espejo. Qué extraño portal, objeto y sobre todo espejo se encontraba en ese lugar. Muchas preguntas sin respuesta recorrieron la mente de Lord Richard, sin embargo, ninguna tenía respuesta. Cada una de las personas que pasaban por esa casa, afirmaban haber sido testigos de algo. Pero él, había tachado de patrañas todas aquellas ocurrencias, no obstante, siempre había mantenido la duda de la veracidad de todo aquello.
Un ruido, alertó a Lord Richard, un ruido que vino como el viento y desapareció en el silencio de la oscuridad; quedo, totalmente quedo, así se quedó el ambiente.
Se oyó una frase, en medio de la nada y con un eco que retumbó en toda la habitación.
“Otro gran señor, ante este humilde servidor…”
El espectador impotente ante aquel anuncio, no supo que contestar. Simplemente se apartó unos pasos hacia su espalda, hasta chocar contra unos objetos. Ver un cambio en el reflejo, donde aparecía una cara, sin ojos, como una máscara. Que hablaba, cual voz de otro mundo, con un sencillo tono claro, pronunció sus propósitos.
“Vuestro antepasado fue el último en usarme, soy el reflejo del presente y el pasado, pero el futuro os costará. Nada es gratis. Lo único que pido para mí es, que cuando yo quiera, vos me entregaréis el cumplimiento de un deseo que sea mi voluntad; solo uno. A cambio, enseñaré lo que queráis ver.”
Asustado y con el corazón a mil por hora, así estaba el gran Lord Richard, quien no temía a nada, o eso decía. Ante esto, y una propuesta de serenidad del otro interlocutor, se calmó. Colocándose de pie, sin pedir explicaciones, y ahora fascinado por el hallazgo que había hecho, realizó preguntas y preguntas, algunas sin sentido. El extraño objeto, como lo había prometido, le enseñó lo que quiso ver. Únicamente unos minutos bastaron para que este espejo, hiciera las tareas de oráculo del pasado, presente y futuro.
Pero no todo fue la ilusión de ver cosas que eran inimaginables a los ojos de los hombres. Poco a poco, el objeto se mostró más reacio con lo que mostraba, y tras una leve pausa de silencio, puso punto y final a las visiones.
Ordenando como gran señor, le dijo a su descubridor, el precio por haber visto aquellas imágenes.
La reacción de Lord Richard ante este hecho, no fue muy buena. Abrió un duro frente de recriminaciones ante la crueldad de la propuesta, pero aquella extraña voz, objeto de ultratumba, era claro. Lo vio y ahora debía pagar un precio descomunal.
Ante la negativa de pagar ese valor, el espejo se intensificó, reflejaba una terrible tormenta en medio de una oscuridad que se encontraba únicamente dispersa por la humilde luz de una vela, algo de claridad en medio de la noche que empezaba a resultar eterna.
Tirando la vela al suelo y junto con ella el espejo, en medio de los cristales con el mismo reflejo en todos, corrió; mientras la vela encendida hizo saltar una chispa de fuego en medio de todos aquellos objetos que inmediatamente empezaron a arder.
Lord Richard salió inminentemente, con la esperanza que los sirvientes salgan a su socorro, sin embargo nada. Tras salir de las escaleras, y estar en el salón, observó la misma imagen en todos los espejos. La misma escalofriante figura que se encontraba en cada una de los cristales y superficies reflectantes.
Dio una vuelta alrededor de sí para observarlo todo. Pero era él, quien era observado. Aquel rostro de miedo, frustración, terror iba en aumento. Las paredes si hablaran, afirmarían haber visto esa misma expresión de desconcierto y horror no solo una vez, quizá muchas; quizá no la última.
De repente, cada uno de los cristales con ese espectro terrible que sería implacable con él, ante la ofensa realizada, se rompió uno tras uno. Cada espejo y demás, se rompió y los cristales cayeron al suelo, mientras el único que observaba aquello corría en medio de los pasillos.
Cada objeto de esta índole, cristales, candelabros y otros, caían por donde iba, los cuadros que había en todas partes, lo miraban, y el los miraba, con la esperanza de que alguno saliera en su ayuda. Pero no sucedería.
El miedo y la desesperación caían como gotas en su mente. El sudor y el cansancio eran otra parte de su cuerpo. Por la sala, por las escaleras, la cocina buscando ayuda, otra vez la sala, y otra vez las escaleras. Cada pasillo, cada salón, cada habitación, pasillos y más pasillos era lo que veía. Puertas cerradas y cristales que lo perseguían. La misma figura, el mismo espectral rostro en cada uno de los lugares a donde iba, era lo único que veía. Sus ojos estaban igual que el resto de su cuerpo, no sabía a done ir o ver para librarse de aquella horrible figura que lo perseguía.
Un pie tras otro, una zancada tras otra; cada paso que daba sentía que sería el final. Sin embargo, no quería permitirlo. Y esperaba no hacerlo.
A medida que continuaba su camino, seguía, y de pronto las luces de toda la casa de encendieron sin que nadie las tocara. O al menos eso le pareció a Lord Richard, que continuaba huyendo de su peor tormento, de lo abominable del momento, del terror que le causaba mirar aquello a los ojos.
Los fantasmas de la casa, lo que en ella pasaba, los pasados acontecimientos que ahí sucedieron no permitirían que él se librara. Escrito estaba que ese día, el nuevo habitante de la casa sufriera en carne propia lo que sus antepasados le tenían preparado. Ellos… o quizá no; quien sabe.
Subió por las escaleras a la segunda planta donde a toda prisa, siguió con su huida. Antes intentó abrir las puertas, pero estas estaban cerradas, custodiadas por los imponentes espejos de la entrada. Donde ese reflejo lo atormentaba, lo seguía, y clamaba venganza por lo que hizo.
Voces en medio de la luz, el desconcierto y el único ruido de los cristales que lo perseguían y se rompían a su paso, lo acompañaban.
Mismas voces que lo reclamaban a él, pronunciando su nombre, hablando de su trato. Mientras el fuego devoraba parte del sótano, el intentaba huir de uno de sus fantasmas del presente, implacable con su captura. El humo comenzó a hacerse presente en la casa, y el olor a desgracia podía ceñirse en su cenit en cualquier momento.
Un coche realizaba su entrada por los grandes jardines, y lo único que veían era humo, las luces encendidas y a un hombre corriendo sin motivo apreciable a sus mentes. Ese hombre era el padre de los niños que iban en el coche, esposo de Lady Marie y patrono del conductor.
El desconcierto y la confusión se hicieron presentes en cada uno de los rincones del coche.
Por otro lado, Lord Richard, siguió en su lucha contra lo desconocido, mientras las extrañas voces que lo perseguían le advertían que no podría huir de lo que le esperaba. Entró de súbito en una habitación, en la suya, apresuradamente se dirigió al baño, donde cerró la puerta esperando haber huido. Sin darse cuenta, un amasijo de cristales rotos con el mismo espectro en sus tormentos cayó sobre él. Sus manos como escudo lo protegió algo, pero no obstante, tenía cortes y sangraban. Mientras el reflejo de miles de caras en el suelo dentro de los cristales devoraba la sangre que sobre ellos caía. Al ver esto, y el gran reflejo que tenía de sí mismo, al borde de la locura de la que nunca pensó verse sumido, cogió una navaja que se encontraba en el lugar. Y mirándose bien las manos, decidió acabar de una vez por todas con aquello.
Alzó el filo del objeto imponente sobre su cabeza, con un leve grito, decidió afrontar lo que tenía encima con la única solución que se le ocurría en medio de tanta confusión, miedo y desconcierto ante lo sucedido en su casa.
Bajo rápidamente el cuchillo y con valentía y esperanza de lo correcto, se infundió dos cortes en cada uno de los brazos. Exactamente donde empiezan las manos. Con la sangre en medio, tirado sobre el suelo y con la mirada perdida en la inmensidad de la luz del desconcierto, cerró los ojos.
Y cuando despertó lo único que recordaba era una nube de confusión en su cabeza, preguntas que no quería responder, y que nunca se respondieron, ya que el mismo dudaba de lo que sucedió.
La vida normal, volvió a su casa, y nunca más fue abierto el sótano. Bajo orden expresa de Lord Richard y su esposa.
El incendio fue parado, una vez exterminado, las puertas de aquel lugar fueron cerradas con llave y no se permitió el acceso a nadie.
Se evitó hablar de los motivos que llevaron al nuevo dueño de la casa a realizar aquel intento de quitarse la vida, de hecho, nunca más se habló del tema. Nada más recuperado, la tranquilidad volvió a la casa.
Los sirvientes nunca dijeron nada de aquella noche, sobre todo por la orden expresa de Lady Marie de hablar de ese tema.
Años más tarde, quizá alguno de sus hijos recordará esa noche plagada de misterio que nunca volvió a tratarse. Sin embargo, recordarían el miedo que pasaron al ver desde fuera a su padre totalmente descontrolado y en un intento desesperado por acabar con ese tormento y martirio del cual nunca, o al menos eso pensaban, se sabía la causa que originó todos aquellos sucesos; imaginaban por supuesto, como ya habían oído hablar, que la maldición que pesaba sobre esa casa era la culpable.
Todo fue normal en esa casa a partir de entonces, el tiempo pasó y continuó cada uno con su vida. Esperando el momento, en el que aquellas paredes pasaran a manos del futuro heredero que aunque estaba lejos en ese momento de paz y tranquilidad, sabía que una respuesta habría. Y esperaba que como futuro continuador de su estirpe, no tenga que pasar por lo mismo.
Porque simplemente, cuando sobre un nombre recae lo que sobre esa casa había, era imposible saber lo que sucedería. Y la maldición familiar que sobre ellos pesa, quizá algún día, quede testigo que de fe de ella. Escrita en negras palabras, con tinta negra, sobre el negro papel en la lúgubre e inmensa, pero imponente, gran noche…
Fin.

La Gran Armada

Aunque sean tiempos de paz, no es tarde para una victoria en el más grande de los campos de batalla, la vida.




La Gran Armada
Al amanecer de los tiempos, donde el sol brillaba en torno a una sola idea. La nada. Simplemente, a lo largo de todo este tiempo, muchas cosas han cambiado, otras se han mantenido, pero espíritu de mejora que se permanece latente en los corazones de las personas nunca cambiará.
La vida tiene sonrisas, pero a la vez lágrimas, y cuando estas duelen y atormentan el día de alguien; lo mejor es tener paciencia. Todo pasa, es innegable. Hasta el más terrible de los sufrimientos, por desgarrador que sea, tendrá un final.
Consuelo para unos, condena para otros. Solo así se puede definir, lo que a fin de cuentas es lo que queda, lo que acontece a nuestro alrededor y lo que se mantendrá por siglos, hasta el final de la existencia de la civilización.
La paciencia todo lo alcanza, decía Santa Teresa, pero hemos de conseguir que tenga sentido esperar. Buscar un consuelo para algo triste, doloroso y que puede traer consigo la más absoluta ruina y decadencia.
El espíritu del hombre debe estar preparado para todo aquello, porque a lo largo de la vida, no solo en una ocasión tendrá que demostrar su fortaleza.
De nada sirve ser el más fuerte en musculatura, si ese hombre es dócil y mantiene una postura de temor hacia lo que viene.
La fuerza del cuerpo debe ser fuerte, pero la del espíritu del alma, debe mantener su ímpetu, valentía y fortaleza ante las adversidades.
Sea cual fuere las causas del desasosiego que inquieten a alguien, siempre ha de mantenerse una profunda resignación ante todo, aceptar las situaciones, por duras y dolorosas que sean. Pensar y reflexionar acerca de esas cuestiones para encontrar la verdad escondida en ellas; conservar y proteger el rumbo que hemos tomado. Ya que somos el resultado de lo que escogemos, cuidamos y hacemos funcionar con las decisiones de nuestra razón.
Aunque estemos rodeados de confusión, es normal, y somos seres humanos, por ello y porque somos razonables podemos analizar cada cuestión con el detenimiento que precisa. Haciéndolo, meditando nuestros actos y buscando una solución la hallaremos.
A pesar de todo lo que pasemos, de las lágrimas que derramemos, de cada pensamiento triste que encontramos, habrá una solución, y con ella tranquilizaremos nuestros pensamientos.
Con esa tranquilidad de pensar, con la mente despejada, con todo ordenado y en su lugar, obtendremos la cura, el punto preciso de la virtud, la paz y con ello, simplemente con ello, un alivio que no será a corto plazo después de haber pasado por todo aquello.
“La vida pasa, pensar, y la paciencia todo lo alcanza.”
Es el momento, es la hora, como el general de nuestra propia vida debemos dirigir nuestros ejércitos hacia el final, el cual de momento no llegará, porque ahora hemos de construir la armada invencible, la gran armada; siempre para ganar para la gloria y posteridad en la mente de los hombres.
Lo que inspiró esto en parte fue: http://www.youtube.com/watch?v=QepJVHdKcgo

Sol de primavera

Después de un tiempo si nada, hoy, casi el final de la primavera, traigo esto... 


Sol de primavera

Los primeros rayos de luz se tornan dorados en esta última mañana de primavera. Los pájaros cantan y los corazones se alegran. El verano esta aquí…
En este día, maravilloso día, lleno de calor y alegría; el tiempo pasa y la paciencia todo lo alcanza. Por montes y valles, por el agua cristalina, desde arriba hacia abajo, en este último día de primavera un destello de estrella fugaz se hace presente en medio del anochecer.
Un deseo, solo uno no será suficiente para ver la majestuosa naturaleza y paisaje que antes estos ojos indignos se presenta. Los ríos de la vida llegarán hasta su final en el delta, ya sin fuerza, pero la marca que dejan sobre la tierra es lo que perdurará durante generaciones. Un año más, en este último día de primavera, una última sonrisa y canción de luz es la que estará presente, tras esto, el final.
Una nota, dos notas y una melodía. El cálido cielo casi oscuro, preludio del letargo de los seres vivos que ente mundo habitan, anuncia la partida. Primavera, adiós.
Noche de estrellas, noche iluminada de estrellas, símbolo de la grandeza. Y sobre todo de cada logro, de cada principio que no claudicará.
Todos tenemos una estrella, tan hermosa y grande en el cielo, que el día en el que la podamos tocar, descubriremos cuanto estuvo oculto ante nuestros ojos, cuanto desconocíamos.
Y así quedará, silenciada esta brisa de primavera, la última. Esperando la suavidad del verano, el viento de otoño y la tormenta de invierno.
En silencio, donde siempre esperará su turno, lo hará. En el fondo del inmenso cielo, en el inmenso mar, donde solo queda esperar.


Se lo dedico a M. H. Feliz Cumpleaños

Preludio Siniestro

Ningún preludio, sea de lo que fuere, podrá contra nadie por la fortaleza que habita en cada uno de nosotros.


Preludio Siniestro
Se partirá el alma, cuando lleguen esas palabras.
Se irá la vida, si se dice con ira.
Aquellas maravillosas horas,
Aquellos maravillosos días,
Todo se irá en una leve brisa con el viento.
Y no, no volverán. Nunca más.
Nacemos cuando vivimos,
Vivimos cuando recordamos
Y fenecemos al tiempo que olvidamos.
Las luces se apagan, y cada destello de luna
Preside el ambiente; blanca, blanca perla,
Como la de la gran dama. La Gran Señora.
La que llegará, e imploro en este triste cantar,
Que no sea pronto, que no sea ya.
Que de media vuelta y mire hacia atrás.
Que no llegue, que se marche y no vuelva más.
Con un toque de rojo en su manto,
Símbolo de su poder milenario, eterno.
Nadie, y nadie escapará a su poder.
Porque aquellas palabras, las últimas,
Sí, esas no volverán.
Nos quedará el recuerdo, nos quedará…
Hasta el momento de la partida.
En la que todos recibiremos a la Gran Dama.
A la gran Señora. La única realidad
De este mundo transitorio de vida fluida.
Aún esta, aún esta. Y hasta su llegada,
Más tiempo pasará, más vida tendrá.
Más horas, más minutos y más segundos.
De los que el soplo de aire, y el feliz cantar
De la alondra sea diestro. Sin más pesar.
Llorarán los ojos, sentirá el corazón,
Mirará perdida la mirada. Pero el consuelo,
La eternidad.
Hasta el momento, hasta ese instante,
Alimentará el recuerdo cual planta perfecta
De cuadros perfectos. Y estos, por mucho
Que suceda o haga, nunca, nunca se irán.