Felices Fiestas



Sé que llevo mucho tiempo sin escribir. Sé que ha sucedido por diversos motivos y causas que no detallaré porque no viene al caso, no obstante, esta noche no quería terminarla sin antes transmitir mis mejores deseos  y alegrías para estas fechas.
Este año ha sido bastante productivo, largo y ante todo emocionante. Muchos cambios han acontecido en mi vida, del mismo modo que en las vuestras. Esto es símbolo de que nuestra existencia no está marcada por la monotonía de la quietud sino por el movimiento cíclico de la vida. La cual nos brinda grandes oportunidades y nuevas aventuras todos los días.
Los recientes tiempos han sido duros, eso es innegable. Pero el espíritu de superación y de no dejarse vencer es lo que nos mantiene en la carrera por un futuro mejor. Lo vital para nosotros es vivir y ante todo vivir. Sin esto, no seríamos nada.
Recordad que nuestros días deben tener literatura para nutrir nuestra alma de letras infinitas que provoquen en nosotros el efecto de sentirnos inmortales. Porque no perduramos pero nuestro legado permanecerá siempre vivo en el recuerdo de la gente. Las letras son parte del alma de la sociedad, y la vida misma las necesita, pues sin ellas, ¿a dónde vamos? ¿Qué hacemos? ¿Cómo dejamos testimonio de nuestro paso?
Hemos de ser valientes en la lucha y ante todo guardar la compostura para llegar a un mañana próspero.
Son estas y más, las palabras que quisiera compartir esta noche; espero que este año haya sido bueno y que el próximo sea aún mejor. Y si no lo ha sido, cambiará a mejor.
La luz eterna que acompaña a nuestras vidas es la que mantiene viva la esperanza. Mientras haya vida la hay. Y aunque no quede resquicio de vida, es tan potente que siempre relucirá en la mente de las personas y guiará el corazón de los hombres.

Nos vemos el próximo año en este espacio, que espero crezca aún más y con los ánimos nuevamente arriba lleguemos a vivir con la pasión de disfrutar del arte.


Feliz Navidad y Prospero Año Nuevo


Romario Castro


Relato




Tras mucho tiempo sin publicar nada, aquí os dejo algo.

Relato




Lo que a continuación voy a relatar, es una pequeña historia que ha permanecido en los labios de aquellos que me la han transmitido. Espero que no le deis el fundamento equivocado. La historia dice así:
Erase una familia en el campo, cuyo único sustento era la tierra. Ésta, ya infértil, apenas producía nada y los hijos de su dueño tenían hambre. Lo poco que les quedaba, permanecía guardado en el ático de la modesta casa que habitaban.
Una tarde, un mendigo llegó hasta su humilde morada, donde con aires de pobreza mendigó un plato de comida. Ante esto, el campesino ordenó a su mujer:
—Ve al ático, baja un poco de grano y prepara algo de comer para el invitado—. Acto seguido, la mujer vaciló un instante y contestó:
—Si le damos lo poco que tenemos, no podremos alimentar a nuestros hijos…—. Tras decir esto, miró a su marido, quien una vez más con el gesto de su mirada desafiante, ordenó lo mismo sin decir palabra alguna.
El invitado se sentó a la mesa, le ofrecieron el plato de comida. Este sin más que la mirada de agradecimiento ante tan noble gesto, recitó:
—Dios te bendiga, hombre de buen corazón —.
Posteriormente, terminó ansioso su alimento y se marchó.
A la mañana siguiente, sin nada que llevarse a la boca, la familia estaba condenada a morir de hambre, cuando uno de los hijos bajó del ático con una cesta llena de grano. Ante el asombro del campesino, subió a ver que sucedía. Una vez en el ático, encontró todo tipo de grano, verduras y alimentos para su familia. No había sido tan feliz en mucho tiempo. Podía vivir un día más.

“Y es así, como la gente es recompensada. Esta historia va de un milagro, pero el milagro, el verdadero milagro es la generosidad y la compasión de los hombres de buena voluntad. Aquellos merecedores del verdadero espíritu de la humanidad.”





El Vals




El Vals
Las cortinas cubrían la oscuridad que se percibía en el exterior. La noche estaba presente en cada uno de los rincones del salón. Este era grande y espacioso, estaba destinado a grandes celebraciones y festejos. No obstante, no eran ya nada frecuentes desde el suceso, el hecho, el día en el que su vida cambió. No tenía fuerzas para celebrar, no tenía ganas de festejar, no había nada que mencionar.
Esta postura deriva de un acontecimiento que tuvo lugar en su casa hace años atrás: su esposa lo abandonó. Lo dejó solo en este mundo de crueldades y alegrías disfrazadas, pues las auténticas, no llegaban a su vida desde la pérdida. Amaba a su esposa. La adoraba. La gigantesca casa donde vivía no era suficiente para compensar todo el amor que sentía hacia ella. Pero ya nada era igual, nada lo era.
Aquella noche era diferente. El poco rayo de luz que había en la casa estaba apagado, al igual que el estado de ánimo de su dueño. Mientras divagaba en viejos pensamientos de tiempos anteriores, bajó hasta el salón en medio de la oscuridad. Sus caminares parecían los de un muerto en vida o un fantasma que nunca contemplaría su luz.
Encendió una vela y la dejó sobre el piano. A continuación se dirigió hacia el gramófono. Una reciente adquisición que le gustaba para evitar la necesidad de una orquesta cada vez que ansiaba escuchar algo que alivie su alma afligida.
La encendió y colocó un vals.
Cerró los ojos y en su pensamiento comenzó a divisar entre aquellas paredes a una muchedumbre de gente. La cual iba desapareciendo al mismo tiempo ante la aparición de una dama en medio del gentío.
La miró, pero ella no. Avanzó hacia ella invitándola al próximo baile. Ella, sin mirarlo, entregó su mano. Al mismo tiempo, él la cogió y besó cortésmente. Ambos se colocaron en medio de la pista de baile. La música sonó. El baile comenzó.
Recordaba muchos instantes felices, pero ninguno como ese, era especial, lo era, sin duda. Ella no lo miraba. Y él no podía verla. Esto lo frustró un poco, pero la sensación que tenía de misterio sobre aquella dama lo incitó a continuar con el baile.
No podía verla, pero seguía con ella. Las notas recorrían cada milímetro de sus cuerpos, acariciando sus oídos y resaltando el cabello rizado y rubio que se mostraba en los destellos de luz que se divisaban en aquella habitación.
Al terminar el vals, una breve reverencia fue su despedida.
La dama se alejaba en medio del salón y él caía al suelo sin poder mover las extremidades. Mirando un deseo que se iba, observando atónito la desaparición de la dama y exhalando un último aliento, dejó de esperar.
En su pupila se vio reflejada una dama. No una cualquiera. Al verla, supo lo que estaba sucediendo y sabía que no podría evitarlo. No podía.
El aire se tornó denso y perfumado, las cortinas se apartaron y las ventanas se abrieron de par en par. Había salido la luna, la luna había salido. Era la hora, lo era. Y él lo sabía.
Se marchó con aquella mujer majestuosa de manto rojo y vestido blanco para reunirse con alguien a quien si deseaba volver a ver. Alguien que era especial para él, alguien con quien había soñado por mucho tiempo.
Mientras, la música sonaba en aquel salón, sepultando su último suspiro y sumiendo aquel ambiente en el silencio. En la nada. Nada.


Recuerdos



Recuerdos

Y era sobre la cálida arena, en medio del cenit del sol, cuando caminaba tranquilo por la playa. Mis desnudos pies tocaron algo frío, que desentonaba con el suelo ardiente. Miré asombrado y descubrí una botella con un corcho. La recogí y continué con mi camino hasta llegar a un lugar tranquilo en el que sentarme a leerlo. Una vez estuve bajo un paraguas que me protegiera de los rayos dorados del día, abría la botella y encontré un papel. Estaba húmedo, algo arrugado y con letra aún legible. Inicié su lectura: “Yo soy el mar y tú mi espejo. Para mí, no hay horizonte en el camino. Estoy en todos los sitios y puedo ir a donde quiera. No hay límite. Soy un mar inmenso y sin camino fijo. Iré al infinito de la existencia. Las estrellas me cobijan por la noche, el manto azul del día junto al círculo de la vida consiguen que sigua aquí y así, los habitantes de mis aguas gozan de mi protección. Porque yo soy el mar. Yo soy vida. Yo, soy yo. El mar.” Tras leer esto, miré al cielo, miré al gigante azul que tenía ante mí y no vi más que su grandeza.  Es y será interesante como en el mundo las personas intentan buscar algo de sentido a sus vidas, algo de sentido a su vida, algo de sentido a la existencia. Muchas son las respuestas que encontramos, muchas son las respuestas que buscamos, pero pocas son las que nos convencen. Si es verdad o no, ya pocas veces importa, salvo para el que la busca. Si convence y nos llena de convencimiento, es válido. Solo basta eso. 

El sexto sentido



Lamento haber estado tanto tiempo desaparecido, cosas varias que hacer y arreglar, pero en fin, aquí os traigo un relato nuevo. Para empezar el año, seguirlo y demás. 


El sexto sentido

Suspiras profundamente una vez más. Conservas el aire el frío, el aroma de su perfume, su esencia, aquella que tanto la caracterizaba. Era una mezcla entre pasión y fuego, si, lo era. Palabras que la describían a la perfección. Habían pasado dos días. Dos días desde la última vez. La última vez que la viste y aún se notaba en el aire su perfume, su aroma de mujer. Tu mujer. Notas cada uno de sus pasos cuando se aproxima a la puerta, tu corazón palpita como la primera vez que tus ojos observaron en medio de la oscuridad, observaron una luz. Tu única luz. Sientes en el pecho un latido palpitante, que se transmite hasta el más recóndito escondite de tu cuerpo. El cual es suyo, y el suyo es tuyo. Mutuamente. Así para los dos.
Una vez más exhalas el humo del cigarro, con el mismo aliento con el que susurras a sus oídos, los cuales escuchan atentos en medio de los atardeceres las ardientes palabras que con suma pasión luego se convierten en realidad. Estas acostado en tu cama, la almohada guarda su aroma al igual que el aire, miras al techo y al mismo tiempo al infinito, el cual no puede separar los pensamientos que con precisión alcanzan a su figura. Otra exhalación, un pensamientos, ella y repites la operación. Uno más y acabas con el cigarro.
Te pones en pie a pesar de las molestias en el costado, y miras la humilde morada que habitas, la cual reluce como el más firme e imponente castillo con su figura. Su luz. Su alegría. Su sonrisa. Su… su… ella.  Te paseas por cada rincón con cada recuerdo que te acompaña. Vivencias de otros tiempos, vivencias del ayer sombrío sin su presencia. Cada rincón había sido utilizado con los más oscuros fines del placer terrenal que tu aventura traía. Habías bailado los más terribles valses de la seducción bajo aquellas paredes, aquel techo había sido testigo de las más absolutas perversiones de la lujuria, si las paredes hablaran…
Las horas pasaban y pasaban frente a tus ojos, miras el reloj esperando que se acerque la hora en que todo cambiaba. Todo pasaba a girar en torno a tú y ella. Ella y tú. Te miras en un espejo, no llevas camiseta, propio de tu aspecto para esperarla. Con el torso al aire, dejando la imaginación para poco más. Observas un retrato tuyo en la pared, un antes, y el ahora solo se pintaba con el mismo pincel que el de ella. Los minutos pasan, los segundos aguardan y tu corazón piensa en ella.
Te das la vuelta y ahí está ella. No sabes cómo ha entrado, no lo sabes. Quieres averiguarlo pero cuando tu mano y la suya se juntan no sabes que pensar. Solo te dejas llevar. Cada instante esperado, cada momento transcurrido ha merecido la pena. Por ella… por ella esperas hasta el confín del mundo, hasta el final de los tiempos en medio del crepúsculo de la tarde. En medio de la noche y hasta el mismísimo amanecer que trae consigo el rocío, gotas de esperanza para ser totalmente tuya, fundirse en uno solo, ser un nosotros sin nada más. Solo nosotros.
Ella se aparta y tú caes al suelo, no sabes que pasa. La sigues por la habitación. Continúas siguiéndola, caes a sus pies, te rindes a sus pies; la persigues y ella se aleja. No sabes que pasa.
Alzas la cabeza y ella te llama, te llama a ti. Te atrae hasta ella. Avanzas en su dirección. La sigues, la deseas, vas por ella. Te abraza y besa ligeramente con sus labios, rojo pasión, fuego ardiente de los recuerdos acaecidos en la habitación. Te aleja. Vuelves a caer a sus pies y subes una vez más tocando cada centímetro de su cuerpo, su bello cuerpo. Conocido con profundidad. Con una cerilla enciende fuego, lo enciende para el cigarrillo. Unos segundos y exhala el humo en tu cara. No lo comprendes. No sabes que pasa. Te lo ofrece, te ofrece el vicio y tú te levantas y acercas lentamente hacia ella. Acaricias el mechón de su cabello, te encanta. Lo adoras, como toda ella. Tu diosa, única, tuya. Ella huye de ti, no quiere estar cerca. Huye por la habitación y tú la persigues en busca de explicación, no lo entiendes. No sabes que pensar. Al suelo caes frustrado. Sin conocimiento de lo acontecido en aquella ocasión. Te levanta y te sienta en una silla, la miras y no sabes que decir. Con su brazo señala un lugar. En una dirección. Giras la cabeza y lo ves. Ves la cuerda que sobre una de las vigas de tu hogar esta, señal inconfundible de todo lo que se puede perder en un instante. En un minuto. Segundos…
Ella sale corriendo, como el recuerdo que fue. Nunca fue real en aquella ocasión. Piensas y piensas, miras y miras, no sabes que hacer. La extrañas y la imaginas, estará con otro, lo estará. Pero tú ya no tienes nada. Solo su recuerdo, su amor fugaz. Te resistes a la idea. No puedes parar de pensar en ella, en su mirada, en sus labios y su aroma de mujer. La adoras, la amas, no puedes parar de pensar en ella. No dejas de pensar en ella. La locura, la locura, estás loco por ella. Lo estas. No puedes negarlo. No podrás. En el suelo, frustrado e impotente miras a la cuerda, salvación de tus problemas. La miras fijamente y ves los momentos que pasaste con ella, los miras y ya no queda nada. Nada…
Aceptas tu destino, paso a paso, lentamente, estas en más cerca, más cerca… ya estás en el lugar. Tú último lugar. Sobre un pequeño taburete apoyados, sientes tu cabeza entre la cuerda. Te irás por ella, el tormento de su recuerdo es demasiado feroz. Es un fantasma imborrable de tu mente. Lo es. Es el peor de tus fantasmas. Y el sufrimiento de haberla perdido es lo que te queda. Ya nada más…
Suspiras, respiras una última vez y te dejaste caer. Sentiste el final de todo, sentiste perder el conocimiento, el aire, la vida. Por ella, entre lágrimas susurras. Por ella… en medio del silencio el taburete en el suelo y tú en la cuerda. No queda nada. Ya no.
Con un soplo de aire la puerta se abre, la puerta se abrió. Una flamante dama de vestido blanco, manta roja y sin rostro, sin vida se acercaba. La muerte llegaba. Por ti, era tu hora, la hora…
Rápidamente, avanzó hacia ti con paso firme, con la mano extendida ordenó a la cuerda que baje. Ella obedeció. Bajaste con ella, miras a la muerte y no sabes que decir. La vida terminó, ya nada puedes decir. Todo acabó. Se quitó la máscara, tus ojos cubrió con ella. Muerto estabas. Comenzó a caminar y la seguiste. Paso a paso, rápidamente hacia el lugar a donde todo empieza y acaba. Donde ya nada queda salvo el recuerdo de haber vivido, el recuerdo de haber sabido quien era tu captora, el recuerdo de recordar cuanto la recordaste. El recuerdo de saber quien fue la dama, de no haber dicho nada, a la que fue tu amada.

Fin.